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El enigma del jarrón

el 13 nov 2010 / 19:55 h.

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Hace algunos años, al poco de dejar La Moncloa después de casi 14 años, Felipe González (68 años) aseguró que en España los ex presidentes eran como los jarrones chinos, que todo el mundo los apreciaba y valoraba pero que era difícil encontrarles un lugar en la casa. Tenía razón. Los padres de nuestra democracia se olvidaron de ubicar en la nueva arquitectura del Estado a los futuros mandatarios que el nuevo sistema iría consumiendo. Un guante que recogió otro socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, quien halló en el Consejo de Estado -el supremo órgano consultivo del Gobierno- el espacio apropiado para los presidentes retirados. González rechazó el emplazamiento, nadie le había preguntado. Resultó un jarrón de lo más exigente. Pero se lo puede permitir.

Felipe González es nuestro Barack Obama. Independientemente de la repercusión de uno y otro en el tablero internacional, la elección del dirigente sevillano como presidente del Gobierno en 1982 supuso en España una entusiasta apuesta por el cambio y una explosión generalizada de alegría y esperanza en el futuro similar al éxtasis que el mundo vivió hace dos años con la designación del primer presidente afroamericano de EEUU. La llegada de González a La Moncloa constituyó la verdadera ruptura con el régimen franquista, bajo cuya represión subsistió el pueblo español durante cuatro décadas.Siete años después de la muerte del dictador, Francisco Franco, y sólo uno del último intento de golpe de Estado, la aplastante victoria de González -consiguió 202 escaños de los 350 que componen el Congreso de los Diputados- fue una auténtica revolución. La biografía del político que se crió en un humilde barrio obrero del extrarradio de Sevilla, Bellavista, no guardaba relación con la de sus antecesores, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo, más allá de la apuesta por unos valores democráticos. No libró la defensa de dichos valores desde dentro del Movimiento.

González llegó al poder desde la clandestinidad a la que la dictadura lo obligó y a la que trató de dinamitar en la calle, con manifestaciones prohibidas (por las que en 1971 le detuvieron), protestas en las universidades, mítines entre los jóvenes estudiantes y acciones en el exterior. Entonces González era Isidoro, alias que adoptó en un intento de eludir el control policial, y junto con un grupo de amigos, conocidos como el club de la tortilla, nombre que se tomó de una vieja foto en los pinares de Oromana y en la que aparecen juntos Alfonso Guerra, Manuel Chaves, Luis Yáñez, Carmen Romero, Carmen Hermosín y el propio González, entre otros, abanderó la renovación del PSOE.
Ya en el Gobierno, desde 1982 a 1996, su gestión estuvo marcada por las grandes reformas, como la universalización de la educación pública gratuita hasta los 16 años, la multiplicación de oportunidades de acceso a la universidad y la dotación de un amplio sistema de Seguridad Social.

Eran los cimientos del Estado del Bienestar. También llevó a cabo una contestada reconversión industrial, que provocó el enfrentamiento con los sindicatos y la celebración de dos huelgas generales (1988 y 1994), además efectuó un reforma del Ejército que incluyó la profesionalización de mandos. En el plano exterior, la piedra angular de su política fue la adhesión de España a la Unión Europea en 1986, institución con la que colabora estrechamente desde su jubilación. Defendió la permanencia de España en la OTAN, convocando un referéndum en 1986, que le fue favorable, cuando en 1981 se había opuesto.

La celebración bajo su mandato de la Exposición Universal de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona de 1992 supusieron la confirmación internacional de la modernidad y estabilidad de España.
Pero no todo fue bueno. Su salida del Gobierno tras la derrota frente a José María Aznar, al que siempre minusvaloró, en 1996 vino precedida por una multitud de escándalos que sentenciaron a González y al PSOE: los casos Filesa, Juan Guerra -que precipitó la dimisión del vicepresidente Alfonso Guerra y el alejamiento definitivo de los dos socios-, Luis Roldán, fondos reservados o los GAL. Un caso este último que ha devuelto al ex presidente a la actualidad, después de confesar el pasado domingo en El País que tuvo la oportunidad de volar a la cúpula de ETA y que aún hoy duda de si al oponerse hizo lo correcto.
El jarrón aún es capaz de hacer tambalear los cimientos de la casa.

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