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El entrenador sí o sí

el 19 jun 2011 / 06:42 h.

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Vista de la manifestación de hoy domingo en Madrid.

Marcelino es de buena familia. Se le nota en ese peinado de monaguillo que nunca se atrevió a cambiar. Es lo que tiene ser hijo único, que no se tienen referentes con el peine en la mano. Prefirió poner de moda a equipos de fútbol bajo su directriz aplicando el método del fraile: estricto al extremo pero con el brazo suave sobre el hombro para ganarse al individuo de arriba hasta abajo, de fuera a dentro.

Cuentan desde Gijón a Huelva, desde Zaragoza a Santander, que siempre miró de reojo a Nervión, tal vez por esa coincidencia del rojo y el blanco con su querido Sporting, o quizás por la atracción de mirarse de igual a igual con el presidente más exigente de la Liga. Almas gemelas. Siete horas estuvieron escrutándose José María del Nido y Marcelino, un cara a cara que fue un contraste para el proyecto revitalizador de un club acostumbrado al éxito. Es un entrenador de nivel demostrado que se enfrenta a un test de nivel. Llega doctorado y aspira a ser catedrático. Cuestión de sumar en las vitrinas.

Estuvo muy cerca de abrir su carrera de futbolista a lo grande, pero un gol de un tal Henrique, en el minuto 92 de la final, dio el título a Brasil en el Mundial Sub 20 disputado en la Unión Soviética en 1985, donde la España de Chus Pereda tenía en Marcelino García Toral a un titular indiscutible, en un equipo con dos sevillistas, Rafa Paz y Tirado, y otros que acabarían siéndolo, Juan Carlos Unzué y Ferreira.

Pero después de 74 partidos en Primera el fútbol se le puso cuesta arriba, hasta que una de sus rodillas dio orden de comprar pizarra y silbato y arreando para un banquillo. Arrastraba frustraciones tales como dos descensos a Segunda B, con el Racing de Santander y con el Levante. El carácter se le rebrincó. En esos años que portó un número a la espalda deslumbraba el Milan de Sacchi y su achique de espacios. Entonces, como Pablito Calvo ante la Cruz en la película del pan y del vino, lo tuvo más claro que nunca: el equipo es el todo. Y otra cosa más elevada: todos los técnicos ganan y pierden pero sólo a unos pocos se les recuerda por una idea que otros tratarán de imitar.

Por ello se entrega a Guardiola y a Benítez, por ello Mourinho no le dice nada. En el Lealtad de Villaviciosa, en Tercera, fue cuando empezó a hablar siempre de sí mismo en plural. Porque mientras lograba ascender a Segunda B, conocía para siempre a Rubén Uría, su inseparable ayudante, confidente y amigo. Ya era obsesivo con los detalles, dentro y fuera del campo. En la boca siempre las palabras proyecto y compromiso, en el césped un 4-4-2 que apretaba a los rivales tanto como él al despachar en el club, desde el presidente al utillero.

Dicen que ha ido ganando mano izquierda, sobre todo con la prensa, pero es una personalidad sin dobleces: le dijo que no a Lopera porque no le concedió 12 bajas; repitió con el Valencia porque le vendían a las estrellas, le dijo que no al Almería aun estando en paro porque lo despidieron en un Zaragoza al que ascendió; salió y entró en Santander para ascender y para ponerlo por primera vez en Europa; lo adoran en Huelva (él a la Virgen del Rocío) por aquel ascenso, por aquel temporadón en Primera. Y se volvió a ir para empezar de nuevo. Cambia y cambia para seguir siendo él mismo. Sí o sí.

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