Ha desarrollado una impecable trayectoria empresarial, pero su firma ya no camina asida a su mano. Hace unos años decidió distanciarse una vez verificado que el Grupo Lezama continuará sin él al frente pero fiel a una premisa: no buscar el enriquecimiento, sí la viabilidad para seguir dando trabajo a cientos de personas y formación a miles de alumnos, muchos de ellos sin posibilidades económicas que son acogidos en un proyecto integrador y sin parangón. El padre Luis Lezama vuelve la vista atrás y contempla con orgullo una inusual trayectoria que ahora le ha llevado a ser párroco de Montecarmelo, un populoso y joven barrio de Madrid. Cuando fundó la primera Taberna del Alabardero en 1974 usted no buscaba un proyecto empresarial, sólo algo de financiación para un albergue. ¿Qué sucedió después? Sucedió que aquello creció mucho más de lo que nunca pude imaginar. Efectivamente mi proyecto no era empresarial, sólo de subsistencia. Hasta entonces el albergue de Vallecas en el que estaba salía adelante con la venta de chatarra. A un amigo se le ocurrió que lo de la taberna sería una buena idea. En el Madrid de 1974, la zona de Plaza de Oriente era periférica y no tiene nada que ver con lo que es hoy. Pero el entorno mejoró, la taberna se hizo famosa y comenzaron a desfilar por ella insignes personajes. Lo cuenta con total naturalidad pero en 2012 su empresa facturó 22 millones y la nómina de estudiantes y trabajadores es inmensa. Aquel pequeño proyecto evolucionó; lo que nos ha permitido desarrollar más proyectos, siempre teniendo muy presentes los principios educadores y formadores que animan nuestra escuela de hostelería, una referencia de calidad en todo el mundo. Nosotros siempre reinvertimos las ganancias en nuestras apuestas, por lo que nunca tenemos beneficios que repartir con nadie. Somos fieles a una voluntad educativa muy clara. Alberti, Aleixandre, Felipe González... la nómina de notables asiduos a aquel primer local de Madrid es impresionante. ¿Qué encontraron en su local? Lo mismo que hoy encuentran quienes vienen a cualquiera de nuestros restaurantes. Son lugares muy familiares, donde la comida tiene la calidez del hogar, y donde se facilita el encuentro y la tertulia. No es cocina de innovación, tampoco manejamos precios inalcanzables. Es cocina de mercado frente a la cocina de invernadero. ¿Cómo lleva el cartel de cura obrero que muchas veces se le ha adjudicado? Bueno, una de mis máximas es que hemos de trabajar para vivir de nuestro trabajo. Jamás he aceptado un donativo para el grupo y nunca he pedido una subvención. Y los estudiantes que llegan a nosotros saben que tendrán que trabajar duro para costearse los estudios. Hoy tenemos más de 3.000 exalumnos, la gran mayoría de ellos plenamente integrados en el mercado hostelero. Hace seis años consideró que su gente era mayor de edad y dio un paso atrás en la empresa. Llevaba toda la gestión empresarial de 22 restaurantes, tres escuelas y una expansión internacional constante. Ahora soy el párroco de Santa María La Blanca, en el barrio de Montecarmelo (Madrid). Estoy muy contento por esta nueva oportunidad, allí he creado un colegio que tiene ya unos 2.000 alumnos y que es pionero en la implantación de un sistema formativo innovador. Nuestro objetivo consiste en desarrollar las capacidades de los estudiantes, estimular las destrezas y descubrir los talentos que cada niño tiene para hacerles capaces de ser responsables tanto en su vida personal como en la sociedad. Ser sacerdote y emprendedor de éxito no es un binomio común. ¿Tiene otros alter egos por el mundo? Dios tiene una huella distinta en cada hombre; lo importante es ser consciente de tu ADN, de lo mejor de ti mismo, y sacarlo a relucir para ser útil para los demás. ¿Ha tenido que explicar muchas veces que la austeridad de su ministerio puede no estar reñida con el mundo empresarial? Forma parte de mi trabajo y lo acepto. Como párroco debo vivir austeramente, como así hago. Ni necesito, ni quiero, ni tengo dinero. Con su dilatada experiencia creando formatos educativos tendrá una idea clara sobre qué ha fallado en nuestro sistema formativo. Muchos colegios creen que la innovación pasa por comprar tecnología, pero el sistema no se cambia adquiriendo tablets, el sistema educativo se cambia en las mentes. Y por supuesto la educación ni ha de estar politizada ni ha de tener costo; lo que sí exige es aceptar el reto de desarrollar a las personas y hacerlas crecer. Porque el trabajo como el estudio dignifica al hombre, sí, pero siempre que venga acompañado de compensaciones de emotividad, si no las hay, lo apuñala. ¿Un ejemplo? Estamos en la Escuela de Hostelería de Sevilla. Aquí los alumnos vienen contentos a estudiar y a trabajar. ¿Conoce muchos sitios así? Aquí estimulamos a los estudiantes, y logramos que se apasionen por cosas. Cuando descubren la versatilidad de los vinos o las cosas que son capaces de hacer por sí mismos se entusiasman, creen en ellos, y se vuelcan por completo. Transmitimos pasión, porque si a la persona le quitas eso se convierte en poco más que un saco de patatas. ¿Cuál es el mayor error que puede cometer un hostelero recién formado en su escuela? Que sus papás le pongan un restaurante. Me paso la vida aconsejando a los padres que no se enamoren de la cocina de sus hijos, que éstos han de aprender a valerse en el mercado, en la competencia, no sólo en la escuela. Luego, con los años, ya vendrá si tiene que venir. ¿La cocina experimental es lo más antagonista de su modelo que pueda imaginarse? No. Después de la revolución de la nouvelle cuisine ha venido la cocina tecno-emocional. Sucede que muchos cocineros se quedaron sólo con lo tecno y no han sabido crear emociones. Para hacer una buena pintura cubista hay que saber dibujar primero, y algunos han querido saltarse el paso. ¿La Pasión de Cristo de Chinchón, que usted creó, es un buen lugar para vivir la Semana Santa? ¡Por supuesto!No es teatro, es la pasión de un pueblo por revivir la historia. Me dicen que saqué lo mejor de sus habitantes. Ahora que lo menciona, ya tienen que estar liados con los ensayos.