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El exilio de la Torre del Oro

Érase una vez que la Torre del Oro era casi más sevillana que la Giralda. Del retablo del altar mayor de la catedral, los grabados de todos los siglos, los cuadros con vistas de la ciudad, los decorados de los cafés cantantes y los carteles de las Fiestas de Primavera pasó a las etiquetas de muchos productos y a los escaparates, hecha de calamina dorada...

el 15 sep 2009 / 18:49 h.

Érase una vez que la Torre del Oro era casi más sevillana que la Giralda. Del retablo del altar mayor de la catedral, los grabados de todos los siglos, los cuadros con vistas de la ciudad, los decorados de los cafés cantantes y los carteles de las Fiestas de Primavera pasó a las etiquetas de muchos productos y a los escaparates, hecha de calamina dorada y colocada junto a las muñecas con traje de flamenca. La Torre del Oro se la podían llevar los forasteros a su casa, convertida en singular botella de anís de Cazalla que acabaron copiando las casas colgantes de Cuenca y la Torre Eiffel.

El último edificio almohade tuvo la desgracia de ser una torre, sinónimo de fortificación, de defensa, y por ello pasó a engrosar las dependencias del ministerio del ramo, como si se tratara del arsenal de la Carraca o la Base de Morón. Desde hace tiempo la Armada Española puso allí un Museo Naval con venta de unos excelentes grabados de las expediciones científicas del siglo XVIII muy baratos y una panorámica del Arenal y del río desde las almenas pero con muy pocas horas de apertura al público y poquísimas relaciones con Sevilla en su contenido.

La Torre del Oro está ahí pero no pertenece a la Comunidad Autónoma ni es sevillana; como si fuera una embajada, goza del privilegio de la extraterritorialidad. El Guadalquivir ha pasado a ser andaluz pero ella es una exiliada; un edificio con extraño valor estratégico al que nadie impide fotografiar y cuya visión artística y turística venden los restaurantes de la calle Betis como una de las mejores estampas de Sevilla. La hicieron suya los escudos de Santander, Santoña y Laredo desde hace siglos, pero no podemos presumir de eso mismo los sevillanos hoy. Ya ni siquiera podemos llevarnos a casa en aquellas botellas de anís: han dejado de hacerlas.

Antonio Zoido es escritor e historiador.

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