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El fantasma octogenario

Resulta que le derriban una casucha infecta y es noticia, cuando llevan años tirándole la vida abajo y nadie dice nada. El Porvenir se desvanece poco a poco en el siglo XXI. Pasen y vean al fantasma.

el 25 ago 2010 / 20:28 h.

Le talaron árboles, le talaron casas y palacetes y hasta le talaron el aire sereno repleto de mirlos a este bosque sagrado en forma de barrio. Un lugar del que ahora se habla mucho, porque van por allí los políticos a darse uno de sus chapuzones de agosto, a despotricar a cuento de un caserón viejo y denigrante que también están echando abajo. Podrían haber empezado por el demoníaco retablo del fraile de la entrada, aterradora imagen a la que se sumaba ayer y ante ese mismo lugar, el número 33 de la calle Porvenir, otra no menos inquietante: la de un nigeriano vestido de oscuro, con una sudadera de mangas largas y guantes, caminando adoquines abajo en dirección al Parque. Pasó ante el número 18, esa preciosidad de casita donde Manolo Bará puso una emisora, Radio Meridional, con lo que le dieron por echarlo de la suya, y donde se arruinó hasta cerrarla porque no le concedían licencia. Qué paradoja que hoy se encuentre precisamente allí la Agencia de Defensa de la Competencia. El espíritu romántico del barrio tiene que estar revolviéndose en su tumba.

O no, porque decían los vecinos, por aquellos últimos años ochenta, que la señal de radio era tan potente y provocaba una inducción tan descomunal que en los días soleados podían escuchar el programa sobre la copla en la plancha. Desde entonces hasta ahora han ido perdiéndose algunos caserones también en esa calle y otras aledañas, sustituidos por nuevos e inanes ejemplos de cosas que se pueden hacer con ladrillos. Pues con estas desapariciones va desvaneciéndose a su vez, poco a poco, este fantasma octogenario que es el espíritu del barrio, del bosque sagrado. Bien podría dejar a sus vecinos, inscrito en alguno de los tocones de esos troncos cortados, una carta de despedida parecida a aquel chau de Benedetti:
Te dejo con tu vida,
tu trabajo,
tu gente,
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.
Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo,
derrotando imposibles,
segura sin seguro.
Te dejo sin mis dudas,
pobres y malheridas;
sin mis inmadureces,
sin mi veteranía.

Y me voy para siempre harto de coles, podría añadir. Lentamente, pero de forma notable, resulta que aparece un bloquecito cuadrado de vecinos donde antes había un chaletito arruinado; o un bonito y dócil naranjito, con su preciosa solería alrededor, donde antes se erguía un impresionante arbolazo que alfombraba la calle de sombras y de señores tropezándose con sus raíces o con las losas que éstas reventaban. El romanticismo a pelo ha cedido su sitio al romanticismo sostenible.

Pero no del todo, todavía. Diríjase hoy, si le da la gana, a este barrio octogenario del Porvenir. Hágalo por la mañana para gozar de un eco armosioso y apacible como nunca ha escuchado otro. O vaya por la noche a inspirarse para escribir sus propias rimas y leyendas. Pero vaya, como sea; pasee por allí sin prisas y sin rumbo y diga, al final de todo, si no es cierto que si fuese usted pájaro viviría en la despampanante araucaria de la calle de marras; si no le parece que la calle Exposición es una selva digna de un nuevo Darwin; si no cortaría gustoso un esquejito de esos racimos de buganvillas para intentar reproducir un trocito de ese silencio bellísimo en su terraza; si no le parece que todas las esquinas de Sevilla tendrían que aprender de éstas, de sus chaflanes floridos y de su calma.  

Asómese a las casas de la Borbolla, como esa Villa Susana, y diga de corazón si no está ahí debajo el espectro de Rubén Darío preguntándose por qué narices estará tan triste la princesa, con su boca de fresa y todos sus avíos. Confiese, además, que a la luz de esas farolas en la noche solitaria podría usted inventar el más sobrecogedor cuento de miedo para sus nietos, de tenerlos. Contemple los cimborrios, remates, ventanas con tejadillo y macetones de cerámica sobre los muy botánicos azulejos naturalistas y, desde allí, eleve la vista y diga si ha visto en su vida azoteas más envidiables que aquéllas de pérgola, manguera y búcaro. Diga si se le ocurre un barrio de Sevilla que pueda ser más bonito cuando llueve. Y escuche, por último, al fantasma del Porvenir imitando de nuevo al uruguayo y asomado a su propia muerte:
Pero tampoco creas
a pie juntillas todo.
No creas, nunca creas,
este falso abandono.
Estaré donde menos
lo esperes;
por ejemplo,
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.
Estaré en un lejano
horizonte sin horas,
en la huella del tacto,
en tu sombra y mi sombra.

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