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El fervor macareno dispara el mercurio

De San Gil al Cachorro. Un rosario de advocaciones marca los primeros metros de la senda macarena. El GPS lo lleva Pepe, un manchego que con los cohetes despierta al barrio desde hace 13 años. La tablilla es "su mapa", dice. En ella están las devociones que visita al salir: la Esperanza, Santa Ángela y el Cachorro.

el 15 sep 2009 / 04:27 h.

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De San Gil al Cachorro. Un rosario de advocaciones marca los primeros metros de la senda macarena. El GPS lo lleva Pepe, un manchego que con los cohetes despierta al barrio desde hace 13 años. La tablilla es "su mapa", dice. En ella están las devociones que visita al salir: la Esperanza, Santa Ángela y el Cachorro.

Ni siquiera el calor pudo ayer con el fervor macareno. "¿Calor? Aquí se está en la gloria", remarcaba sobre su caballo el hermano mayor, Jesús Reina. La despedida del Simpecado se impregnó de sabor de barrio. Bulla en la delantera de la carreta de plata y promesas tras ella. Agarrada al cajón, Manuela Díaz, vecina de Los Príncipes, cruzaba el arco. "Iré hasta Bormujos. A ver si Ella me cura la pierna", explicaba sin perder el paso y con la muleta enganchada en el brazo. Y es que Atrevido y Artillero, los bueyes que iban tirando, tenían prisas por probar el asfalto de la ciudad. Antonio Daza, boyero de Benacazón, guiaba sus pasos. "Es mi primer año con la Macarena. Antes iba con Dos Hermanas. Esto es otra cosa. Vamos a pasear por Sevilla. Me han dicho que tenemos que hacer muchas visitas", relataba sin soltar la vara.

Y tantas. Seis templos y dos conventos. La primera parada fue en la basílica. Entre la marejadilla de flamencas y devotas que abarrotó el atrio había un rostro conocido, el de Charo Reina, vestida de rociera: "Mañana [por hoy] tengo que estar en Madrid, pero todo el tiempo que pueda se lo voy a dedicar a Ella". Tras el saludo a la Esperanza, los primeros mantones de Manila se dejaron ver en Bécquer, mientras que las cuatro carriolas tiradas por bueyes se unían al cortejo. El repique de campanas decía adiós a una mañana que se presentaba calurosa y multitudinaria. El reloj marcaba las nueve y media.

Los primeros apretujones ante la carreta llegaron en el primer tramo de Feria. Allí todas las miradas buscaban un balcón. "El de Juan Acebal, un antiguo componente del coro que cada año lo cede para que desde ahí le canten sevillanas al Simpecado", explicaba Susana García, "rociera macarena" a sus dos hijas, Blanca (6 años) y Sara (4 años). Las pequeñas emprendían ayer su tercer camino. Las tres iban ataviadas con el mismo diseño de gitana, obra de la abuela Antonia. La letanía de plegarias y vítores desde lo alto emocionaba a Susana y a otros tantos que, contagiados por el ritmo, cantaban la letra que decía así: "Yo quiero camino, pino y arenas/ andar a paso lento de los bueyes/ cruzar el arco oliendo a romero/ entre carretas blancas y verdes [...] que ya mayo se despierta/ y yo me voy al Rocío con la Macarena". Su final coincidió con una intensa lluvia de pétalos que coloreó la plata repujada de la carreta y el lomo de los bueyes. Feria rompía en un atronador aplauso.

Con la mañana recién estrenada, los placeros de la calle Feria hicieron un alto en el camino. Eran las 10.30 horas y el desayuno se prolongaba hasta el paso del Simpecado. Papelones de churros y café aliviaban la espera en la antigua plaza de los Carros. Al fondo de la capilla de Monte-Sión asomaba una Virgen del Rosario que parecía sacada de otro siglo. El saludo obligado a estos cofrades continuaba algo más abajo en la iglesia de San Juan de la Palma.

Los momentos de mayor recogimiento se vivieron en la calle Santa Ángela. Primero, con el desfile ante los ancianos de la residencia Juan Grande y luego, con el canto de las hermanitas de la Cruz. La bulla de la calle impedía la llegada del Simpecado hasta el portón. "Vamos un poco para adelante", gritaba el sufrido alcalde de carretas a lomos de su caballo. Nadie quería perderse el momento. El silencio fue absoluto. Sólo se escuchaba el baile de las campanillas de la carreta. Las religiosas arrullaron con una dulce salve la partida del Simpecado. A más de uno le vino bien el típico pañuelo macareno para secarse las lágrimas.

Ángelus tardío. La comitiva retomó su ritmo en la calle Imagen, no sin antes rendir honores a la Virgen del Valle, que le hizo entrega de un ramo de flores y de un cirio para las noches del camino. La retahíla de estandartes seguía su curso en Alfonso XII. Allí aguardaba el del Silencio. Desde la espadaña de San Antonio Abad brotaba una lluvia de pétalos, mientras que el numeroso público que arropaba al Simpecado buscaba la poca sombra que daba en la calle. El sol caía de lleno.

Pasadas las doce y media, el capellán del camino rezaba el Ángelus en la plaza del Museo, "algo más tarde", apostillaba Marisol Crespo, miembro de la junta. La última despedida fue en Castilla. El Cachorro fue testigo de la partida de los macarenos que seguían las huellas de su madrina: Triana. El Quema esperaba los bautizos.

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