Aunque era una muerte anunciada, porque padecía una grave enfermedad sin solución, la desaparición de José Ávalos Rodríguez, Pepito Ávalos para los más íntimos, conmocionó ayer a todos los flamencos de Sevilla que tuvieron la inmensa suerte de convivir con él en infinidad de fiestas, peñas y festivales.
No era artista, aunque en realidad lo era, porque tenía el don del arte, de la gracia y, sobre todo, el de saber escuchar lo jondo. En esa faceta, la de buen aficionado, era el número uno. Tampoco era flamencólogo; eso de saber si un cantaor cruzaba la seguiriya del Marrurro con la de Lacherna, era algo que nunca le interesó: se decantó desde muy joven por la opción natural de emocionarse con los cantaores en su salsa, llorando con ellos, riéndose, partiéndose las camisas.
Estuvo infinidad de veces de fiesta con Paco Valdepeñas, Antonio el Marsellés, El Pati y Pastora, con Manuel de Paula o el guitarrista Manuel Domínguez, que era como su hermano. Sin ser un señorito, sino un trabajador sencillo, humilde, amante de la vida, pero con una clase extraordinaria. Por eso lo querían todos los flamencos. Imaginamos la que habrá formado Paco Valdepeñas cuando lo ha visto llegar al cielo. "¡Hombre, Pepito!", le habrá dicho emocionado, porque ya tiene quien llore de nuevo, escuchándolo, con esa manera de cantar y de bailar tan gitano que tenía Paco.
Pepe Ávalos era de Sevilla, de la Barzola, un sevillano de pura cepa, aunque llevaba décadas viviendo en la localidad sevillana de Tomares, donde ayudó al funcionamiento de la peña flamenca y de su festival, que por cierto se celebra este fin de semana. ¡Vaya casualidad! El entierro de Pepe Ávalos se celebrará hoy, sobre las 11 h., en Tomares. Los flamencos deberían estar con él. Era el mejor.
