Local

El futbolín hace furor en Etiopía

Miles de jóvenes a lo largo y ancho de Etiopía juegan a diario al futbolín, y han hecho de este invento español un entretenimiento al alcance del bolsillo, para unos, y para otros, un negocio de ganancias sorprendentes.

el 15 sep 2009 / 02:12 h.

TAGS:

Miles de jóvenes a lo largo y ancho de Etiopía juegan a diario al futbolín, y han hecho de este invento español un entretenimiento al alcance del bolsillo, para unos, y para otros, un negocio de ganancias sorprendentes.

Elías está a cargo de cinco mesas de futbolín en una de las zonas céntricas en Adis Abeba. Cobra 10 Birr al día (unos 70 céntimos de euro) y procura que no falten las monedas de 10 céntimos de Birr, el precio de una partida con tres bolas.

Las ganancias diarias por cada mesa serán de alrededor de 25 Birr, lo que significa que, en dos meses, el dinero que cada mesa dé se convertirán en ganancia neta para el propietario.

"Vengo a trabajar todos los días -explica Elías a Efe-, desde las ocho de la mañana hasta que anochece. Siempre hay gente. Limpiabotas, albañiles, parados, y por la tarde, se llena de niños".

"No dejamos que jueguen en horas de colegio, pero cuando terminan las clases se vienen a jugar unas cuantas partidas", agrega.

En Etiopía los futbolines no están en los bares, están en la calle, en cualquier explanada, junto a la carretera. La gente que juega al futbolín no se cuestiona la nacionalidad del artilugio que les entretiene a diario.

Creen que es alemán, etíope o incluso chino, aunque es de origen español, creación de Alejandro Finisterre, un gallego que a lo largo de la vida ejerció como empresario, editor, poeta e inventor.

La idea de fabricar el futbolín surgió durante su juventud, marcada por la Guerra Civil (1936-1939). A los 17 años resultó herido en un bombardeo y a causa de ello fue ingresado en el hospital de Montserrat, en Barcelona.

Fue allí, durante su convalecencia, donde comenzó a preparar lo que se convertiría en el juguete de la posguerra entonces y en toda una excusa para hacer novillos de muchas generaciones postreras.

Los etíopes le dedican horas diarias, religiosamente, gastando el dinero de la jornada laboral o la moneda que cualquier extranjero con pocas ganas de ser molestado suelta en la mano de algún chiquillo pedigüeño.

Emmanuel es uno de los muchos jóvenes que se acercan al futbolín situado cerca del Hotel Imperial, justo al borde de la autovía que cruza Adis Abeba, uno de los innumerables puntos donde se puede encontrar este entretenimiento.

"Cuando salgo de clase vengo a pasar un rato con mis amigos". Cuenta Emmanuel. "Siempre nos juntamos unos cuantos y echamos un rato jugando unas partidas. Es más divertido que hacer los deberes", agrega.

Las máquinas tienen fotos de jugadores de la liga de fútbol inglesa, las cabezas de los muñecos rotos, la madera carcomida y dañada por la lluvia, las barras oxidadas, los asideros pegajosos y las pelotas gastadas por el roce de horas y horas rodando sobre un abrupto e inclinado tapete.

Así son muchos de los futbolines que se encuentran en la capital o en cualquier pueblo del país etíope. Y junto a ellos, no importa el estado en el que se encuentren, siempre una masa de gente alrededor, llevando camisetas de sus equipos favoritos, recreándose en el fútbol de mesa, como le llaman, para sentirse por unas horas Ronaldinho, Kaká o Raúl González.

  • 1