Local

El futuro ya no es lo que era

El futuro ya no es lo que era, reza el título de un libro de conversaciones entre Felipe González y Juan Luis Cebrián. ¿Cómo era antes el futuro para que el que viene ya no sea como era? Tengo mi interpretación: el futuro de antes era, en cierto modo, previsible, llegaba lentamente...

el 15 sep 2009 / 03:05 h.

El futuro ya no es lo que era, reza el título de un libro de conversaciones entre Felipe González y Juan Luis Cebrián. ¿Cómo era antes el futuro para que el que viene ya no sea como era? Tengo mi interpretación: el futuro de antes era, en cierto modo, previsible, llegaba lentamente y no sorprendía cuando se hacía presente. Los líderes mundiales, en mi opinión, han dejado de serlo, entretenidos como están en asuntos propios de nuevos ricos sin ninguna trascendencia para el futuro de la humanidad. La Historia ha resucitado con estrépito para sorpresa de Fukuyama y satisfacción del autor de El choque de las civilizaciones. Ya no es el comunismo el otro gran sistema opuesto al capitalismo liberal; se trata de la pura Edad Media agazapada en el centro de Asia y con metástasis en buena parte del mundo árabe. Ha comenzado, desde mi punto de vista, una nueva era de inseguridad.

La historia de la humanidad puede contarse de muchos modos, pero uno de ellos es sin duda el de la constante búsqueda de la seguridad. Desde que se habitaron las cavernas, hasta los modernos sistemas de defensa nuclear, pasando por la previsión social y las pensiones, el progreso de la humanidad es una lucha por aumentar los márgenes de seguridad. Las eternas discusiones de los pioneros de la astronomía sobre la centralidad del sol o de la tierra reflejan esa necesidad de conocer las propias coordenadas.

Desde un punto de vista mental, a lo largo de estos siglos, el hombre siempre ha buscado un centro, un punto de referencia seguro con respecto al cual situarse y entenderse. Durante muchos siglos, ese centro era la idea de Dios, y el gran colchón de seguridad eran las religiones. Mucho después, de un modo lento, el humanismo fue desplazando a la religión y el hombre se situó en esa posición central, el hombre era el paradigma, la escala con la que se medían las cosas. Aun sin haber desplazado del todo al pensamiento religioso, durante el pasado siglo, el siglo XX, la amenaza para esa centralidad del hombre se encarnó en la máquina, que despierta todavía un cierto temor reverencial, tanto más cuanto más humana se hace. La pesadilla de la rebelión de los robots es un mito plenamente contemporáneo que parece estar pasando desde la ciencia ficción a la ciencia sin más. Desde Frankenstein a la reciente película de Kubrick y Spielberg, Inteligencia Artificial, hay margen todavía para los actuales experimentos en genética humana.

Y del mismo modo que el papel central del hombre parece sufrir erosiones por el inesperado resurgimiento de las teocracias, especialmente las islámicas, y por su empequeñecimiento por efecto de los avances técnicos y científicos, también la idea misma de centro parece perder vigor. Muchas lógicas de nuestra vida cotidiana que estaban presididas por ese orden tradicional del centro parecen tambalearse. Un mundo que parecía, política, económica y culturalmente organizado, a partir de esa idea y de la tensión del centro y de las periferias, parece organizarse, ahora, siguiendo una lógica de redes en la que la propia idea de centro carece de virtualidad.

Quizá el paradigma de esta situación sea Internet, un ectoplasma que recorre el mundo, que se infiltra en todos los rincones del globo, pero que no tiene centro en sentido estricto. Internet es la materialización de esa lógica de las redes que está sustituyendo a la lógica de los centros y a la idea de progreso lineal que había alimentado la modernidad. Ya no nos resulta tan cierta esa idea consoladora de estos siglos pasados de que, en el futuro, está la felicidad o, al menos, una mayor felicidad para la humanidad.

Con todos estos avatares la idea de centro parece ir difuminándose y de ahí la cierta sensación de desasosiego, de inseguridad, que parece recorrer el mundo en estos últimos años. De ahí, también, una cierta atonía de las ideologías que se habían basado, sobre todo, en proporcionar seguridades a quienes no podían obtenerla por sus propios medios, como el socialismo o la socialdemocracia.

Estamos ante un futuro que, en efecto, ya no es lo que era, y parecemos desconcertados respecto a nuestra ubicación en la realidad. Más bien parece que hemos perdido la conciencia del lugar que ocupamos individual y colectivamente.

Y esta desaparición de los centros referenciales, o como mínimo su difuminación por multiplicación, afecta a todas las escalas y a todos los ámbitos y obliga a resituar toda la vida pública y a plantearse el nuevo papel de las periferias, si es que éstas pueden existir en un mundo plenamente globalizado. Ya durante el siglo XX, con el progreso en los sistemas de transporte, hemos tenido que dejar de medir la distancia en kilómetros para pasar a hacerlo en tiempo. Pero es que, además, con los nuevos sistemas telemáticos y las comunicaciones electrónicas ya incluso el tiempo es un factor despreciable, puesto que el acceso es prácticamente instantáneo. Por eso, hay que reformular la propia idea de periferia. Para saber si los territorios están o no en la periferia de hoy, habría que medir, no las irrelevantes distancias físicas, sino la presencia y el acceso a la red.

Percibir que eso es así revela una excelente posición para encarar de un modo distinto la política tradicional y demuestra que se tienen instrumentos novedosos para navegar en este mar sin cartas de navegación.

  • 1