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El G-20 debe pasar a los hechos

La reunión del G-20 de este pasado sábado en Washington puede terminar siendo un fiasco o, por el contrario, pasar a la historia como el momento en el que las grandes potencias del mundo tomaron las riendas de una crisis cuyos efectos están devastando las economías de medio planeta.

el 15 sep 2009 / 18:27 h.

La reunión del G-20 de este pasado sábado en Washington puede terminar siendo un fiasco o, por el contrario, pasar a la historia como el momento en el que las grandes potencias del mundo tomaron las riendas de una crisis cuyos efectos están devastando las economías de medio planeta. Depende de cómo se trasladen a la práctica las decisiones tomadas en el National Building Museum de la capital norteamericana el que ocurra una cosa u otra.

Los escépticos podrán argüir al respecto que, de momento, lo único que se tiene es una declaración genérica de principios adobada con párrafos de literatura bienintencionada sobre la conveniencia de mejorar la regulación de los mercados y adoptar políticas públicas que reactiven los mercados. Pero ésta sería una lectura demasiado alicorta de lo acontecido este fin de semana en la reunión presidida por George Bush.

Si hay una palabra que explica qué está pasando, ésa es desconfianza. Y no hay mejor receta para deshacerse de ella que la de lanzar un mensaje global de unidad a los mercados financieros de todo el mundo. Así, la foto de familia en la que aparecían los líderes de Estados Unidos, los grandes países europeos y las nuevas naciones emergentes del concierto internacional constituye la prueba fehaciente de que hay intención de aplicar acciones conjuntas y decididas para combatir la crisis. Y eso es lo que se necesita ahora: una imagen de consenso que supere las diferencias de criterio mostradas y ponga el acento en los puntos en los que se está de acuerdo, que son muchos.

El documento de conclusiones de la cumbre de Washington despacha en pocas líneas las causas de la crisis -"la combinación de normas reguladoras laxas, prácticas de gestión de riesgos poco sólidas y utilización de productos financieros cada vez más complejos y opacos"- y dedica casi todas sus reflexiones a explicar cuáles tienen que ser las líneas esenciales de la acción pública con la que se pretende combatirla. En resumidas cuentas, el G-20 descarta, por la oposición frontal de Estados Unidos, la creación de nuevos organismos supervisores de los mercados y esa especie de regreso al proteccionismo que pregonaban algunos economistas y dirigentes políticos, pero, en lo demás, aplica las recetas dictadas por la Unión Europea comandada, como presidente de turno, por el francés Nicolás Sarkozy.

En primer lugar, se insta a una reforma de los mercados financieros en los que se prime la transparencia y la rendición de cuentas mediante medidas como el aumento de la información sobre productos financieros complejos, las condiciones financieras de las empresas y los incentivos que cobran sus directivos. Además, se proclama la necesidad de reforzar el papel de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial para que ayuden a los países en desarrollo y, por último, se requiere a los gobernantes a que establezcan medidas fiscales que alienten el consumo y que proporcionen la liquidez necesaria para que las economías de las familias y las empresas tengan el crédito suficiente para seguir funcionando.

Los países firmantes del acuerdo se dan cuatro meses de plazo para articular la reforma de los mercados y se emplazan a una nueva reunión antes del día 30 de abril para analizar la situación, pero antes hay que aplicar medidas urgentes (las de los mercados son estructurales) para la reactivación de las economías. El FMI calcula que el sistema financiero necesita de forma perentoria un estímulo fiscal valorado en 1,2 billones de dólares. Eso significa más inversión pública de forma urgente para alimentar la demanda interna de consumo, y a eso tendrán que dedicarse todos los gobiernos, incluido el español, en los próximos meses.

Ya no valen más zarandajas ligadas a una ortodoxia fiscal que se muestra poco práctica en tiempos de crisis. La recesión ha dejado de ser una amenaza sino un hecho real. Ahora lo que preocupa es que perdure. Y por eso es tan importante, en una sociedad tan globalizada como la actual, que los remedios contra ella no consistan en actuaciones descoordinadas de cada país. Los grandes líderes, incluido José Luis Rodríguez Zapatero, lo certificaron el sábado en Washington. Ahora toca pasar de las palabras a los hechos.

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