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El gélido amanecer de los contrastes

el 15 sep 2009 / 02:04 h.

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Sevilla recuperó su esencia en cada esquina durante su noche mágica. Los armaos aliviaron la paciente espera de los sevillanos en la Macarena y San Lorenzo se poblaba de plegarias y silencio. Triana preparaba su invasión y los gitanos sus cantes para su Enmanué.

La Madrugá renació intrigada. Atardecía en Sevilla con un cielo plomizo y amenazante. Las visitas a los templos, abarrotados de fieles y curiosos con el equipo fotográfico sobre el hombro, cumplían con la tradición más arraigada. La ciudad iba a vertebrarse en apenas unas horas en seis devociones y caminos hacia la perfección estética.

En los alrededores de la Basílica de la Macarena olía a incienso y torrijas. Los numerosos devotos que se apostaron en el atrio esperaban pacientes el momento en el que iban a clavar sus miradas sobre Ella. Él, paciente, esperaba en su paso el momento en el que inaugurar la noche mágica.

En San Antonio Abad se sentía el frío en los huesos. La noche, cubierta de incertidumbre durante sus primeras horas, tendía su mano a los titulares de la céntrica corporación. Jesús Nazareno, abrazando la Cruz de forma invertida, mostraba el camino hacia su Madre, María Santísima de la Concepción, en las estrecheces de su collación. Y se cumplió la tradición en San Lorenzo. Y en Gravina. Y en cada rincón. La lluvia, por fortuna, no eclipsó la Madrugá.

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