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El gigante sin agua

La Meseta de Loess es una de las regiones más pobres e inhóspitas de China. No obstante, en esa zona del noroeste del gigante asiático viven más de cincuenta millones de personas, la mayoría agricultores.

el 15 sep 2009 / 00:35 h.

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Julio Arias

La Meseta de Loess es una de las regiones más pobres e inhóspitas de China. No obstante, en esa zona del noroeste del gigante asiático viven más de cincuenta millones de personas, la mayoría agricultores, cuyas caras enjutas y arrugadas reflejan la suerte de este campo adusto, azotado durante siglos por los elementos. Por su costado norte, donde la deforestación y el pastoreo han acelerado la erosión del campo, el desierto del Gobi amenaza con engullir pueblos enteros. Para paliar la sequía y arrancar unos brotes de vida a este erial, los campesinos dependen de acuíferos subterráneos que están agotándose.

Durante siglos, esta planicie a caballo entre el cauce superior y el medio del río Amarillo fue un oasis de fertilidad. Hoy, el mítico Huang He, como lo llaman en mandarín, agoniza. Donde corrían límpidos aluviones, hoy fluyen más de 4.500 millones de toneladas de aguas residuales. El drama de este río -que ha perdido un 75% de su caudal desde los 50-, y el de su meseta, es uno de los ejemplos más claros de la crisis del agua en China, que amenaza con ralentizar el crecimiento económico y desencadenar una ola de descontento en un país donde el principal objetivo político es la estabilidad social. La superación de esta crisis, derivada de la contaminación, la mala gestión del agua y la explosión de la demanda, es el mayor desafío político para sus dirigentes en las próximas décadas, según Ma Jun, autor de la obra más completa sobre este problema hasta el momento, China's Water Crisis (La crisis del agua en China).

El agua, y no el petróleo, es el recurso más estratégico en la República Popular. A fin de cuentas, el oro negro es sustituible, mientras que el agua no. La demografía juega en contra del país asiático, que aunque posee las sextas reservas hídricas del mundo, tiene que repartirlas entre más de 1.300 millones de habitantes. Esto significa que cada persona recibe 2.000 metros cúbicos al año, es decir, una cuarta parte del consumo medio per cápita mundial. En otras palabras, China, con el 20% de la población del planeta, posee sólo el 7% de sus recursos hídricos. Las sequías constantes y la aceleración de la desertificación -que muchos científicos atribuyen al cambio climático- agravan el problema. En el norte y noroeste, 27 millones de hectáreas de terreno cultivable sufren sequía y la desertificación afecta a unos 300 millones de hectáreas de praderas y pastos. La agricultura engulle aún el 63% del agua, mientras el sector industrial consume un 24% y el doméstico, el 13% restante. Desde 1980 la proporción del sector agrario ha disminuido 17 puntos gracias a las mejoras en las técnicas de riego, mientras la industrialización, la explosión demográfica y la urbanización se han convertido en los principales motores de la demanda, lo que obliga a los agricultores a producir más con menos recursos.

Por ello el agua es, sin duda, el factor más limitador para el cultivo, especialmente de cereales, cuyo consumo en China está aumentando rápidamente a rebufo del crecimiento económico y del nivel de vida. En 2006 alcanzó los 500 millones de toneladas, es decir, 386 kilogramos por habitante, cuando para producir una tonelada se necesitan 1.000 metros cúbicos de agua (equivalentes a 1.000 toneladas). Por si fuera poco, la política de autosuficiencia agrícola que mantiene Pekín le obliga a acumular reservas de arroz, trigo, maíz, soja y colza en cantidades que siguen siendo secreto de Estado.

Cereales insostenibles.

El norte del país, el granero chino, genera más de la mitad de la producción nacional de trigo y una gran parte del maíz, a pesar de que es allí donde el agua escasea más. Desde el punto de vista económico, el cultivo de cereales en esa zona es un despilfarro y, además, resulta insostenible, incluso mejorando las técnicas de riego. Las autoridades, no obstante, temen poner en peligro el medio de vida de millones de agricultores. Tampoco se fían de los mercados mundiales donde se negocian los cereales básicos de la dieta china. Pero si se agotan los acuíferos de los que dependen 200 millones de personas, será imposible cultivar el campo ni suministrar a las fábricas ni dar de beber a la población.

Por tanto, la cuestión no es si China reducirá el área de cultivo de cereales, sino a qué ritmo. Si decidiera hacerlo de forma brusca, se vería obligada a importar -como ya hace en el caso de la soja, que compra sobre todo a Brasil y a EEUU-, lo que provocaría un alza en los precios globales de los cereales en beneficio de los grandes productores, pero quizás en perjuicio de los países más pobres.

La contaminación industrial añade una dimensión ecológica alarmante al problema de escasez, cuyo impacto socioeconómico es uno de los principales quebraderos de cabeza para los dirigentes comunistas. Un 90% del agua subterránea no cumple la normativa sanitaria, según el viceministro de la Agencia China de Medio Ambiente, Pan Yue. Unos 700 millones de chinos la beben contaminada por desechos animales y humanos. Desde 2006, la calidad del agua potable ha descendido cinco puntos en las ciudades más importantes del país, y sólo 66 urbes cumplen la legislación nacional. En el campo, la situación es aún peor. En realidad, el 30% de los recursos hídricos es demasiado tóxico incluso para la agricultura, lo que pone en peligro la sostenibilidad de la cadena alimentaria y el modo de vida de millones de campesinos.

La 'ecobiblia' china.

La situación de los ríos es tal vez lo más alarmante de la crisis. El Amarillo no es el único que muere: el 26% del agua de los siete ríos principales se encuentra tan deteriorada que ya no desempeña función ecológica alguna, según Pan Yue. El Yangtsé, el más largo del país, acumula catástrofes medioambientales, entre ellas el vertido, en 2006, de 26.000 millones de toneladas de desechos, el 40% de las aguas residuales sin tratar de toda China. Como consecuencia, más de una décima parte de su curso se encuentra en situación crítica y un 30% de sus afluyentes están altamente contaminados por amoniaco, nitrógeno y fosfatos. No es de extrañar que el volumen de pesca en el Yangtsé haya caído de medio millón de toneladas a menos de 100.000 desde mediados del siglo XX, como sostiene el Ministerio de Recursos Hidrológicos.

(Texto íntegro en la edición papel)

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