Más del 40% de los adultos encuestados en el Reino Unido piensan que 14 años es la edad mínima para dejar a los niños solos en la calle o en el parque. En ese país, más de dos tercios de los niños de 10 años nunca han ido sin compañía a una tienda o a un parque. Un límite de edad que ha ido subiendo mientras la delincuencia ha ido disminuyendo y se han instalado más de cinco millones de cámaras de seguridad. Más del 26% de los afroamericanos están convencidos de que el sida se creó en laboratorios gubernamentales. Casi el 50% de los neoyorquinos están convencidos de que las autoridades conocían previamente los ataques del 11-S y se negaron a actuar. El 22% de los canadienses creen que éste no fue organizado por Bin Laden, sino por americanos influyentes. El 38% de los estadounidenses creen que su Gobierno tiene pruebas de vida inteligente en otros planetas.
En Gran Bretaña, un 21% piensa que en el último año ha sido espiado. Un 9% cree que su cerebro puede ser interferido por un desconocido. Uno de cada cuatro franceses afirma que en algún momento de sus vidas han sido perseguidos. Durante una larga época fueron las brujas, los judíos o los masones. Después fue la mafia, los soviéticos o los pinchazos telefónicos. Últimamente, el espionaje en internet, Al-Qaeda, las pandemias o los transgénicos. Los fantasmas nunca han pasado de moda, el 40% de los británicos y norteamericanos creen en las casas encantadas con espíritus.
Paradójicamente, en la sociedad más segura de la historia de la humanidad abundan los temores injustificados. Cualquier periódico informará mil veces más de un muerto por accidente aéreo que de la estadística de los muertos en carretera. Del ántrax o de la gripe, cien veces más que del cáncer o del infarto. De un homicidio, infinitamente más que de la tuberculosis o el botulismo. En el 11-S murieron unas 3.000 personas, mientras que 38.000 murieron y dos millones resultaron heridos en las carreteras americanas en ese mismo año.
No creo en fantasmas, ni vivo pensando en que acabaré mis días apuñalado en la puerta de mi casa o como víctima de un ataque terrorista.
Mis miedos son otros. Temo por la resurrección de los camisas negras en la Italia de Berlusconi. También por la impunidad electoral de la corrupción o por la extraña virtud social de las prescripciones jurídicas. Por el silencio colectivo ante un tipo impositivo para Cristiano Ronaldo, que es justo la mitad del que soporta un catedrático de universidad. Incluso de esa inquietante metástasis colectiva, que sugiere que en esta crisis hay que aguantar para volver a las andadas. Es cierto que miles de personas viven angustiadas con unas amenazas que, con una altísima probabilidad, nunca ocurrirán en sus vidas.
Los expertos afirman que todo se reduce a una mala gestión de la información y a un pésimo cálculo estadístico de los riesgos. Aunque alguien dijo que el miedo es libre, yo debo ser un tío raro. Lo que me da canguelo de verdad es no saber quien demonios gobierna nuestros miedos.
Abogado
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