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El Gran Poder, más a pie de público en Santa Rosalía

La ciudad tiene la peculiaridad de invertir los órdenes establecidos sin que el sevillano de a pie se percate. Es una mudá imperceptible. Los costaleros son los propios fieles y el capataz que los lleva el Señor de Sevilla.

el 15 sep 2009 / 03:55 h.

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La ciudad tiene la peculiaridad de invertir los órdenes establecidos sin que el sevillano de a pie se percate. Es una mudá imperceptible. Los costaleros son los propios fieles y el capataz que los lleva el Señor de Sevilla. El cordón umbilical del barrio de San Lorenzo descansa ya en el vecino convento de Santa Rosalía bajo el manto de las doce hermanas clarisas.

Nada ha cambiado. La pedigüeña que habitualmente se ubicaba en el portón de la basílica, las imágenes de Fray Diego de Cádiz y la del que fuera cardenal arzobispo de Sevilla, Marcelo Spínola y Maestre, incluso los devotos con el ropaje purpúreo penitencial.

Sin embargo, a eso de las 8.00 horas de la mañana, los maitines de las hermanas tenían un timbre especial, algo entrecortado: "Para nosotras es un regalo. Cuando cerramos las puertas nos quedamos a rezar a solas con el Señor", explica Dolores, la madre superiora del convento. El tiempo parece haberse detenido en la calle Cardenal Spínola. Tanta era la normalidad sobrevenida que la homilía del libro de los Hechos de los Apóstoles imprimía fuerza a palabras como zarpar, salir o caminar lejos de tu hogar.

El reloj del convento marcaba las nueve y media y una treintena de personas se sentaba en los bancos de madera -apenas diez filas- que separaban las andas del Señor dispuestas en el centro del presbiterio. El espacio en el altar es prácticamente diáfano, todo acomodado para que la dialéctica entre el fiel y la talla de Juan de Mesa se produzca sin dificultades. "Se aprecia mejor el trabajo de restauración y, por supuesto, se percibe más su cercanía", destacaba el hermano Alfonso del Río.

La iluminación tenue condensaba aún más la cercanía de la imagen. Seis cirios blancos intercalados entre ramos de claveles conformaban el exorno de un altar que durante seis meses servirá de asilo a los hermanos de esta corporación. Sendas hornacinas para la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso y San Juan terminan de conformar la imagen que se observa tras cruzar el dintel del convento de Santa Rosalía.

Al acabar la misa, alguna lágrima de emoción caía por la mejilla de Emilio, de 73 años. Consuelo, que le acompañaba hasta la salida, le consolaba en el oído cariñosamente: "No se preocupe usted, que dentro de muy poquito estaremos de vuelta en nuestra plaza. Pero desde luego que mejor que con las monjas no vamos a estar", sentenciaba. Eran las 11.00 horas y los operarios continuaban colocando los últimos focos en la iglesia. Todo está a punto.

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