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El hijo predilecto de España

Extraña aleación de un tipo normal que hace sencillo lo extraordinario en un universo mediático.

el 10 jun 2012 / 13:11 h.

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¿Quién no se iría de cañas con Casillas? Lo harían los del Madrid, por supuesto, pero también los del Barça, los del Betis o del Sevilla, los del Athletic Club, porque de Bilbao pudo ser y allí volvió para iniciar su leyenda años después. Con Iker hay consenso, es de esos tipos que irremediablemente caen bien. En sus 185 centímetros hay una excepcional aleación tratándose de un futbolista top, como diría su entrenador, José Mourinho: talento inigualable, máxima proyección mediática y cuenta corriente como para salvar el balance de un banco en un chico normal. Todo lo que le rodea no le ha cambiado, al menos, en lo esencial, y no debe ser una cuestión sencilla. Porque, a ver: a quién no se le hubiesen subido los humos cuando llaman a tu instituto para que te vayas volando al aeropuerto que se ha lesionado el portero del primer equipo del Real Madrid y vas a un partido de Champions a Noruega. No tenía ni traje el bueno de Iker, eso sí, llegó a Barajas con el pelo muy bien cortado, que para eso doña Carmen, su madre, es profesora de peluquería. Ella fue la que eligió su nombre vasco, como el de su hermano, Unai, confeso seguidor del Barça. La familia Casillas-Fernández vivió en Bilbao, destino del guardia civil José Luis Casillas-Casillas, hasta poco antes de que naciera el primogénito, que coincidió con el traslado a Madrid. Doña Carmen contó a Iker la historia de una profecía.

Un zapatero al que acudía en la capital vizcaína le dijo cuando estaba embarazada: "Este niño va a ser futbolista, y de los buenos. Y si nace en Bilbao, será del Athletic y se criará en Lezama". Nacería en Madrid porque así lo quiso ella, pero el zapatero acertó de pleno, y además Iker volvió a Bilbao para debutar en Primera división un 12 de septiembre de 1999, en la Catedral, allí donde festejó su quinto título de Liga el pasado mes de mayo, el que hizo su conquista número 14 para un palmarés donde no falta absolutamente nada. Iker siempre será el capitán que levantó la primera Copa del Mundo, en Sudáfrica, allí donde, delante de millones de telespectadores besó a Sara Carbonero, con la naturalidad y eficacia con la que, en la final, desvió el tiro de Robben que amenazaba con romper el sueño de un país. Pero ahí estaba Casillas, el hombre de las paradas imposibles. Imposibles para otros. Porque su bautismo en la gran élite fue con otra actuación memorable, el minuto de Glasgow.

Como sucedió con su apresurada convocatoria aquel día de instituto, en la final de la Champions ante el Bayer Leverkusen, Iker tuvo que entrar en escena por la lesión de César, cuando Del Bosque aún no confiaba a ciegas en aquel chico entre galácticos. De la final de Glasgow quedó para siempre el gol de Zidane, como en Sudáfrica el gol de Iniesta, pero para que ellos entraran en la historia, antes Iker Casillas puso sus paradas imposibles. El bueno de Vicente ya no volvería a dudar nunca más de él. "Yo no soy galáctico, soy de Móstoles", nunca una frase, grabada a la entrada de uno de los campos que tiene con su nombre en esa ciudad madrileña, definió mejor a un hombre que no cambia el arroz a la cubana y los huevos fritos con patatas por ninguna cosa, que le encanta volver a Navalacruz, el pueblo abulense de sus padres y abuelos donde pasaba los veranos, y donde recorre las calles con sus amigos, donde puede beberse un botellín en el bar mientras juega a la pocha y suena Manolo Escobar. No abandonó los estudios, como así le pidió doña Carmen, y sin mucho problema hasta primer curso de Empresariales le permitió el fútbol. Algún día lo retomará, porque cuando cuelgue los guantes quiere estar preparado para trabajar en los despachos del Real Madrid, y algún día, ser presidente. Tendrá que jugárselo a la pocha con Raúl.

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