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El hogar de los más pobres

La institución Regina Mundi, en la ladera del Cerro de San Juan de Aznalfarache, lleva casi 60 años acogiendo a enfermos crónicos con diversas patologías, sin familias y sin recursos económicos.

el 12 ago 2014 / 10:30 h.

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La madre superiora, a la derecha, y otra de las religiosas de la institución tratan de arrancarla una sonrisa a ‘Fernandito’, unos de los acogidos más veteranos. / El Correo La madre superiora, a la derecha, y otra de las religiosas de la institución tratan de arrancarla una sonrisa a ‘Fernandito’, unos de los acogidos más veteranos. / El Correo Cuerpos retorcidos en sillas de ruedas, enfermos crónicos postrados en camas de por vida, impedidos que apenas se valen por sí mismos para llevarse una cuchara a la boca... Regina Mundi no es un lugar apto para corazones pusilánimes. En la casa que la Institución Benéfica del Sagrado Corazón posee desde hace 60 años en una de las laderas del Cerro de San Juan de Aznalfarache, junto al monumento de los Sagrados Corazones, pasan sus días una treintena de acogidos, entre hombres y mujeres, a los que la vida dio de lado. Sin familias en las que apoyarse, carentes de recursos económicos, desahuciados de otros centros asistenciales, estas personas han encontrado en Regina Mundi más que un simple techo para vivir una gran familia en la que sentirse queridos. «Regina Mundi no es la típica residencia ni un hospitalito chico. Más allá de eso, es una casa grande, un hogar donde todos vivimos como en una gran familia. La persona que es acogida pasa aquí, normalmente, el resto de su vida, de ahí que el número de acogidos no supere las 32 personas». Mari Ángeles Cejudo es la madre superiora de una congregación, compuesta en la actualidad por «tres o cuatro hermanas», cuyos estatutos les impide pedir limosma. «Vivimos exclusivamente de donativos, pero sin pedir. Y tampoco podemos obtener subvenciones de ningún tipo de organismos. El carisma de la institución se basa en la confianza en el Sagrado Corazón y en la Divina Providencia. Nuestra fundadora, una sevillana de padre vasco y madre andaluza, solía decir que Dios se encargaría de mover los corazones de las personas bondadosas. Y lo bonito de la Providencia es que cuando menos lo piensas y de la forma que menos te imaginas, actúa». Religiosas, acogidos y voluntarios posan en el patio central de la casa. Religiosas, acogidos y voluntarios posan en el patio central de la casa. No es fácil traspasar la cancela de Regina Mundi –llamada así al coincidir la adquisición de la casa, en el año 1954, con la proclamación de la Realeza de María– y adentrarse en sus estancias sin que el corazón sufra la punzada de la compasión. Desde Miguel Ángel, un pequeño de 13 años que padece una enfermedad crónica, hasta el más longevo de los abuelos, que ronda los 90 años, las 28 personas acogidas en este último refugio para los más desamparados cargan con dramáticas historias a sus espaldas. «Ahora, los casos que se nos presentan con más frecuencia son de personas extranjeras que han venido a trabajar a España, han caído enfermos y se encuentran sin familia, sin trabajo y sin centros que los acojan». Encarnan la viva estampa de la desolación y sus biografías encierran pasajes desgarradores, pero aún así la hermana superiora niega que Regina Mundi sea una casa donde reine la tristeza. «Para nada es una casa triste. Hay personas que en la enfermedad han encontrado sentido a su vida y, por lo general, dentro de sus limitaciones, son enfermos muy alegres». Es el caso de Yoni, un joven de 34 años con un cuerpo de niño pequeño y que permanece postrado en una cama. «No puede hablar, pero se expresa con la mirada. «Si echa los ojos hacia arriba, es que sí, y cuando los echa para abajo, es que no. Es un niño alegre, que disfruta y que se ríe». O es el caso también de Fernandito, que «fue de los primeros en llegar aquí cuando la casa abrió sus puertas en 1955. Su numero de ficha es el 37, es una institución dentro de la institución». Perdió la vista y la enfermedad le mantiene condenado a una cama, pero a pesar de sus 72 años «tiene la vitalidad de un niño de poca edad». Para el cuidado de estos enfermos, las religiosas se apoyan en el trabajo de diez empleados (entre auxiliares, una profesora, personal de limpieza, un fisioterapeuta y un psicólogo) y en la impagable tarea de un amplio grupo de voluntarios, «gente buena, comprometida, que da muchas horas de su tiempo acompañando y ayudando a los enfermos y que, sin embargo, pasa desapercibida». Desde las señoras que se encierran en la cocina a elaborar la comida, a los profesionales (médicos, abogados) que ofrecen altruistamente sus servicios, pasando por el voluntariado más joven que los fines de semana se llevan a los enfermos de excursión a la playa, al zoo de Jerez, a Isla Mágica, a la Feria o a la Semana Santa a ver pasos. «Hay una señora con casi 90 años que lleva viniendo casi 50 y que ya ha involucrado a sus siete hijos, nietos y bisnietos en la labor de voluntariado. Ella misma se encarga todos los años de hacer una lista, buscar dinero y comprarle a cada uno los regalos que ellos quieren». Los lazos afectivos que se crean entre unos y otros son tan grandes que cuando alguna de las personas acogidas en Regina Mundo fallece, cuenta la superiora, «la capilla de la institución se queda pequeña para despedirla. No tendrán familia, pero sí que tienen un gran número de amigos». Casi sesenta años después de que Rosario Vilallonga, la fundadora de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón, abriera casa en Sevilla, Regina Mundi sigue viviendo, milagrosamente, de las limosnas y donaciones que les envía la Divina Providencia. «Afortunadamente, nos sentimos muy queridas y arropadas por la sociedad sevillana y nunca nos hemos encontrado desamparadas». Mañana, la colecta especial de la novena de la Virgen de los Reyes irá destinada a esta casa, hogar y familia a la vez para los más desamparados.

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