Menú
Cultura

El hombre de color índigo

Julio Cuder es un guitarrista sevillano ciego que tiene su propia banda de jazz fusión, dos programas de radio y el don de pensar en color.

el 14 mar 2014 / 23:30 h.

Julio Cuder, guitarrista de Babel Experience. Julio Cuder, guitarrista de Babel Experience. «Pienso en un piano y lo veo cristalino, como de agua. El saxo es rojo fuego; la guitarra, de tonos dorados», susurra Julio Cuder. Su voz es suave y tiene un baño de caramelo. «No es algo premeditado o que yo le atribuya; emerge solo al pensar en el objeto, en la persona y hasta en una palabra o un número. Se me representa como un color». Julio comenzó a ser músico y a ser ciego casi al mismo tiempo. A los 14 años, un glaucoma congénito hizo que esas leves formas imprecisas y los colores que lo habían acompañado desde su nacimiento desaparecieran para siempre, aunque la huella de esas tonalidades, como dice, le haya quedado tan vivamente marcada que ahora estas sean su única forma de imaginar el mundo. Internado en un centro escolar de la ONCE en Madrid, empezó a estudiar solfeo, y luego violín, percusión, guitarra, para decidirse por esta última, que era y es, según dice, una desembocadura natural del arte, una invitación a improvisar. Guiado por Tuno, un viejo labrador de color leche manchada, Julio Cuder camina por las estrechuras de la calle San Clemente hacia casa de Michelle, un hogar muy vivido y extravagante, lleno de espontaneidad y de animalitos curiosos y saltarines. Allí aguarda también su hermano, Joaquín Cuder, bajista. Michelle Nickerson, made in Alabama, es la vocalista de la banda de Julio, Babel Experience, un proyecto de jazz fusión que aguanta el rock, el blues, el góspel, todo lo étnico y cuanto huela a humo, a alcohol, a sur y a encrucijada. Hay más músicos ahí metidos (el batería Bubi Burgos, el teclista Víctor Pereira...), pero ellos tres son el núcleo duro. Se han reunido para ensayar el concierto benéfico del próximo día 27 en la sede del CICUS, en apoyo de la asociación Mujeres entre Mundos. Y allí abajo, en ese patinillo recibidor y bajo la atenta mirada de un gato atigrado y los coros de un perrillo inquieto (más Tuno, que dormita obediente en un rincón), comienza a sonar una balada que pone los vellos de punta a los helechos de los zaguanes del barrio de San Bartolomé y hace llorar a los fantasmas de la calle Levíes. 15584946 La vocalista de la banda, Michelle Nickerson. Julio tiene dos programas en Radiópolis, uno sobre accesibilidad, Desde la Atalaya, y otro para los ritmos que más le gustan y lo han hecho crecer como profesional, Música y sombras. «He conocido a gente que terminaba la carrera de piano y era incapaz de improvisar; te bordaban la partitura que fuera, sí, pero no improvisaban, no sabían. El jazz te abre una vía para que lo consigas», explica el guitarrista. Michelle, acogedora y radiante, repasa con pasión los estilos musicales que más les gustan; Joaquín, el hombre del bajo, aprovecha su turno para hablar maravillas de Julio: «Es una máxima figura de la música», dice. Y este, con su voz dotada del don del tacto, dice alguna palabra indulgente para rebajar la afirmación de su hermano junto con una sonrisa que no se le borra del rostro. «Me gusta toda la música bien hecha», dice. «La música del sur. El flamenco, claro, el flamenco... el jazz, la música étnica... Ali Farka Touré, de Malí, que creía en los espíritus del Níger y al que le he escuchado cosas maravillosas... Pero sobre todo, me gusta la vida».Y Julio deja pasar unos segundos, quizá porque esté admirando el color bellísimo de lo que acaba de decir. Está pensando, tal vez, en el tesoro de la vista. «Lo peor de la ceguera», cuenta al fin, «es sin duda el concepto social. Inconscientemente te ponen una etiqueta. Por la autonomía personal del ciego no supone mayor problema: no se tarda mucho en aprender las técnicas necesarias para valerse por uno mismo, y ya no existen mayores obstáculos para trabajar siendo ciego, para la educación... Algunos te hablan a gritos porque piensas que, como eres ciego, también eres sordo. Son actitudes, etiquetas». Julio Cuder nació hace 52 años en la calle Pagés del Corro, pero no recuerda nada de la estampa de Triana, que él apenas pudo ver a travésde sus ojos velados. De ahí la importancia de utilizar lo único que la vista le ha dejado, el recuerdo de los colores, para construir con ellos el mundo. 15584947 El hermano de Julio, Joaquín Cuder, bajista. «Los colores son importantes. Es mi percepción de la realidad. Porque el tacto te da la presencia del objeto, pero no te lo describe. Los ojos también te ofrecen una percepción deforme del mundo, como demuestra la perspectiva: según cómo te coloques con respecto al objeto, así cambia este, se agranda o se achica según qué partes, se pierde por el horizonte. En mis sueños de colores hay un río con una puesta de sol y una pradera de hierba muy verde. Ahí es adonde me escapo, y así es como me relajo». Y añade: «Y he hablado con otros que también han dejado de ver y me cuentan historias parecidas. Uno que sabía que iba a perder la vista se iba todos los días a la playa a ver puestas de sol». Gracias a eso, luego la realidad se vuelve de colores y, como en el caso de Julio, la trompeta es el color de la plata; «la palabra ansiedad es rosácea y sucia; depresión es gris, casi negra. El número más bonito de ver de todos es el diez, que es de color azul. El uno es planteado y el cero es bronce viejo, pero el diez es de un azul precioso», dice este músico, en cuyos ojos, como en algunas sombras de su piel y de su aura, asoma discretamente el color azul índigo. Dicen los amantes de las maravillas inclasificables que esa palabra, índigo, identifica a quienes han alcanzado un grado superior en la evolución de la especie humana. Los niños índigos. «Sí, me gusta la vida», insiste. «Hay que estar satisfechos por vivir. No voy a firmar en el libro de reclamaciones, pero me gustaría volver de nuevo. Si para hacerlo tuviese que elegir un animal, escogería un pájaro. Y si puedo elegir entre todos los seres vivos, sería un árbol. Un árbol en una ribera», con miles de puestas de sol dibujadas en sus anillos y otros cuantos miles todavía por ver. Un arbol junto al delta del Misisipi, rodeado de blues.

  • 1