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El infierno de un niño soldado al que 'se le cerro el alma' en Sierra Leona

"En la guerra el alma se te cierra y no sientes emociones, es como un mecanismo de defensa, porque si no te morirías de ver tanto horror", explica Ishmael Beah, un ex niño soldado de Sierra Leona que con trece años se vio obligado a luchar en un conflicto que le arrebató la familia y la niñez (Foto: Efe).

el 14 sep 2009 / 23:17 h.

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"En la guerra el alma se te cierra y no sientes emociones, es como un mecanismo de defensa, porque si no te morirías de ver tanto horror", explica Ishmael Beah, un ex niño soldado de Sierra Leona que con trece años se vio obligado a luchar en un conflicto que le arrebató la familia y la niñez.

Quince años después, Beah, que es embajador de buena voluntad de Unicef y vive en Nueva York con su madre adoptiva, ha decidido "poner cara" al drama de los niños soldados y explicar su historia en Un largo camino (RBA), un libro estremecedor, por su realismo, en el que relata el infierno que, como él, aún sufren miles de menores en todo el mundo.

En enero de 1993 la guerra sorprendió a Ishmael cuando volvía con su hermano mayor y unos amigos de un concurso de hip-hop que se celebraba en Mattru Jong, un pequeño pueblo situado a unos veinticinco kilómetros del suyo. Ya nunca pudieron volver a casa. Los violentos enfrentamientos en los que inesperadamente se vieron envueltos de regreso a sus hogares, empujaron a estos jóvenes, de apenas trece años, a vagar sin rumbo por un país convertido en un infierno de violencia sin sentido, azotado por las sangrientas luchas entre el ejército y los rebeldes del Frente Unido Revolucionario.

Tras meses de huida desesperada, Ishmael y sus compañeros llegaron a un campamento de las fuerzas del gobierno en busca de ayuda. Sin embargo, en vez de una cama y comida, les dieron balas y un fusil. Sin quererlo, se habían convertido en niños soldados. "Cuando llegamos a la base militar pensamos que nos íbamos a sentir seguros, pero resultó ser falso, se convirtió en una pesadilla. La única opción era entrar en el ejército y combatir o dejar que nos persiguieran y mataran", relata Ishmael.

drogados para matar. El ejército se convirtió entonces en su única familia. Los comandantes, sanguinarios y autoritarios, ejercían la figura paterna, mientras que los niños soldados se consideraban como hermanos. "Pero para ser parte de la familia tienes que hacer lo que te dicen, manifestar tu lealtad al grupo. Por eso, si te piden que mates, has de matar, y la violencia se convierte en tu forma de vida", señala Ishmael, quien reconoce que, bajo las órdenes de sus superiores, ha visto asesinar a cientos de personas y que él mismo, bajo los efectos de las drogas y el odio ha apretado el gatillo para matar a combatientes, pero también a niños, ancianos y a muchos inocentes. El alma se te cierra y no eres capaz de sentir emociones humanas. Es la locura de la guerra", afirma Ishmael. Al amparo de Unicef ingresó en un centro de rehabilitación para niños soldados en Freetown, la capital de Sierra Leona, y ahora, recién licenciado en Ciencias Políticas, ejerce de embajador de Unicef.

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