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El Juli abre la Puerta del Príncipe y retoma el cetro del toreo

El diestro madrileño ha cortado tres orejas en una incontestable demostración de poderío que le coloca a la cabeza del escalafón en el inicio de la gran temporada. Manzanares y Morante se marcharon de vacío.

el 31 mar 2013 / 21:14 h.

El Juli por la Puerta del Príncipe. / J. M. Paisano (Atese) El Juli por la Puerta del Príncipe. / J. M. Paisano (Atese) Por Álvaro R. del Moral El diestro madrileño ha cortado tres orejas en una incontestable demostración de poderío que le coloca a la cabeza del escalafón en el inicio de la gran temporada. Manzanares y Morante se marcharon de vacío. (Fotogalería de la corrida) Se lidiaron cinco toros de Garcigrande y Domingo Hernández (quinto y sexto) y uno, primero, de Parladé. Desigualmente presentados, se taparon por sus caras aunque el juego predominante del encierro fue interesante, especialmente los lidiados en segundo, tercero, quinto y sexto lugar, de muy buena condició. Primero y cuarto fueron los más deslucidos.

      • Morante de la Puebla, de nazareno y oro, estocada y descabello (silencio). Estocada corta (silencio).
      • Julián López ‘El Juli’, de marino y oro: estocada a capón (oreja con leve petición de la segunda); estocada (dos orejas y petición de rabo).
      • José María Manzanares, de plata vieja y oro. Pinchazo y estocada (ovación tras aviso); estocada, tres pinchazos y estocada (silencio tras dos avisos)
La plaza se llenó por completo en tarde lluviosa que hizo retrasar el comienzo del festejo algunos minutos por el fuerte aguacero que cayó a la hora marcada para su inicio. El banderillero Luis García Ramírez ‘Niño de Leganés’ fue cogido cuando trataba de banderillear al quinto de la tarde, que le propinó dos cornadas y una fuerte paliza de las que sigue siendo intervenido en la enfermería de la plaza. EL JULI SE IMPONE A TODO Y A TODOS Cuando El Juli se fue a portagayola para recibir al quinto de la tarde ya se mascaba la Puerta del Príncipe. La oreja cortada al segundo y la incontestable y magistral demostración de poderío y primacía hacían presagiar el paseo bajo ese legendario arco que volvió a abrirse de para en par para el madrileño después de un año de ausencia de la plaza de la Maestranza por desavenencias con la empresa Pagés. Todo fue intenso: desde que cruzó el inmenso ruedo sevillano para postrarse de hinojos para pasarse por la hombrera al segundo de la tarde, un buen toro de Garcigrande que le permitió expresar cadencia y registros inéditos en el manejo del capote, especialmente en un quite que combinó tijerillas y chicuelinas en los que reveló esos nuevos aires que ya había experimentado en ruedos americanos. En ese momento se olvidaron las incomodidades de un fuerte chaparrón que estuvo a punto de frustrar el festejo a la misma hora en la que tenía que haber comenzado. El Juli puso calor a la tarde y apretó el acelerador al máximo en una faena que comenzó con armonía y hondura y a la que sobró, seguramente, la alta exigencia del concepto del maestro madrileño, que citó al toro muy desde abajo en una faena de alto nivel, plagada de imaginación y sentido estético a la que le faltó mayor redondez en los tramos fundamentales para validar la segunda oreja. En cualquier caso, la faena de El Juli estuvo presidida por pasajes de altísima nota y trufada de detalles de torería –molinetes, largos pases de pecho, estar naturalmente torero- a los que siguió un tremendo arrimón final. Estaba preparando el terreno al inmenso recital que aún estaba por venir. Una estocada cobrada a capón puso en sus manos esa primera oreja pero aún quedaba lo mejor. El quinto le puso en aprietos y le apretó en los primeros lances, después de resolver con algunos apuros la larga cambiada a portagayola. Dos lances y una media volvieron a revelar esa cadencia que ha convertido al diestro madrileño en un gran intérprete del toreo de capote. El toro tenía temperamento y no permitió ni un error al Niño de Leganés, que resultó prendido dramáticamente cuando trataba de colocar un par de banderillas. Repuesto el orden, Julián se puso a torear con la muleta enterrada en el albero barroso de la Maestranza cuajando sensacionales muletazos dichos muy para adentro y con trazo largo y rotundo. El toreo se mostraba esta vez desnudo y macizo, sin ningún tipo de aditamento, llevando y pulseando una encastada embestida que se enhebró a la perfección a la maestría de El Juli, convertido en definitivo dueño de la escena. Del toreo en redondo, un cambio de mano sirvió de nexo para que brotaran los naturales, largos como un río y templados siempre. La plaza ya era un manicomio y el torero aún liberó la tensión con cambios de mano, molinetes y larguísimos pases de pecho que hilvanaron unas series con otras. La faena, convertida en una espiral de toreo aún vivió una fase de toreo diestro que hizo una raya en el agua. El faenón estaba hecho y la estocada, sin perdón, puso en sus manos dos orejas que el presidente sacó a la vez, sin pensárselo dos veces. Le llegaron a pedir el rabo. Se lo tenían que haber dado por la gran tarde que había dado. La labor del madrileño borró a sus compañeros. Morante había tirado por la calle de en medio con un primero de escasas posibilidades y se esforzó mucho más con el cuarto, un toro remiso al que logró enjaretar un mazo de verónicas alternadas con chicuelinas de otro tiempo que volvieron a redimirle. Manzanares se mostró algo conservador con el segundo de la tarde, un animal de buena condición con el que se mostró pulcro pero algo frío. Posiblemente pesó en su ánimo el trascendental compromiso que le espera el próximo 13 de abril. Con el sexto, de buen fondo, se esforzó mucho más y llegó a torearlo con templaza y belleza aunque la escasa contundencia de los aceros escamoteó el posible trofeo.

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