Cultura

El Juli se subió encima de los rayos y los truenos

el 24 abr 2011 / 22:11 h.

Julián López ‘El Juli’ firmó una gran faena en el quinto toro de la tarde, al que remató asestando la estocada que le abrió la Puerta Grande del coso sevillano y le permitió salir a hombros.
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Como en una foto de Arenas, los nubarrones cárdenos iban amenazando el comienzo del festejo como en una tarde de Viernes Santo, con el Cachorro por el puente. No se había librado la Semana Santa y tampoco iba a ser menos la tarde del Domingo de Pascua a pesar de la inusitada expectación que había despertado un cartel en el que no cabían fisuras. El recuerdo de Juan Pedro Domecq, un gran ganadero que sí necesita una revisión histórica más allá de los estereotipos que él mismo no supo derribar, fue el preludio de un festejo que no se libraría de un tremendo chaparrón, de un recital de rayos y truenos que no logró doblegar el entusiasmo a pesar de la enorme desigualdad de los jandillas manchegos de Daniel Ruiz.

Arreciaba la tormenta y El Juli no había tenido suerte con el segundo de la tarde aunque lo toreó con mimo a la verónica luciéndolo en un quite por chicuelinas que remató con una media eterna. Pero el toro no aguantó hasta el final. Protestaba en los embroques de puro flojo a pesar de no mostrar mala condición. Pero no podía con su alma. El de Daniel Ruiz andaba siempre a la defensiva y así era imposible el toreo pese al empeño decidido de El Juli, que no se cansó de estar en la cara a pesar de lo corto que se quedaba su enemigo, de su tendencia a gazapear y a hacer hilo. Era inútil. Sólo quedaba echarlo abajo con una estocada suficiente y esperar a mejor ocasión sabiendo que quería, podía y sabía.

Y así fue. La decoración iba a cambiar dos toros después: templadísimo a la verónica, apenas quiso que tocaran al quinto en el caballo. El toro fue bien lidiado, sabiamente administrado en varas y se desplazó más y mejor por el pitón izquierdo en los lances de El Juli, que se apercibió pronto de que el animal, aún sin definir del todo, no hacía malas cosas en banderillas. Salió a por todas y sin brindar a nadie se metió en los pitones un punto acelerado hasta encontrar el mejor hilo de la embestida del toro de Daniel Ruiz por el lado izquierdo. Comenzaba otra tormenta distinta aunque la faena explotó definitivamente en una serie honda y rotunda, con media muleta arrastrando por el suelo cuando el maestro madrileño se echó la muleta a la mano derecha. El diapasón no paró de marcar el ritmo trepidante de un trasteo en el que no hubo ruptura del hilo argumental ni bajones ambientales. La faena fue de más a mucho más y El Juli toreó y citó desde abajo hasta lo más hondo, buscando la sublimación de un exigente concepto que le ha convertido en gran intérprete.

La verdad es que El Juli se hartó de torear, salpicando su labor de esos cambios de mano por la espalda que sacudieron al público y liberaron la tensión de un trasteo que acabó en puro regodeo; que se abrió y cerró con enormes pases de pecho en los que el matador no se enmendó ni un centímetro. También hubo altura al natural y esas cositas finales, tan del gusto de Sevilla, que preludiaron el estoconazo final que ponía en sus manos dos orejas inapelables que ponen la feria muy cara para sus colegas.

Morante -que hizo el paseo liado a la antigua- no existió más allá de un quite excelso que partió la plaza por la mitad. No hubo más: el primero de la tarde no sirvió y apenas fue un revuelo de paraguas y chubasqueros. Tampoco se entendió del todo con el cuarto, un toro altón y de feas hechuras que nunca le dejó estar a gusto. A pesar de todo, por allí dejó un puñadito de chicuelinas dichas como los toreros viejos, con los bracitos altos, girando con una gracia antigua y rematando con una media sin etiqueta. Después ya no hubo o no se encontró el acople y el mosqueo evidente del diestro de la Puebla también se contagió al tendido, que no quería dejar pasar otra ocasión sin encontrarse con ese toreo revelado que había enseñado a sorbitos en el toro anterior.

Y es que lo del quite del tercero fue de otra galaxia. Fueron sólo dos verónicas y una media de otra época que revelaron que el cigarrero es de otro mundo. Morante andaba dando pasos de perdiz, impaciente por entrar al quite en el sobrero que hizo tercero, un ejemplar de buenas hechuras y cuerna bizca al que Manzanares ya le había enjaretado otro mazo de chicuelinas aladas, bajando mucho los brazos y girando como una veleta de filigrana. La media, echándose el capote a la espalda, fue un homenaje a los toreros de Triana. Pero aún hubo más, como las ejemplares labores de los hombres de plata del alicantino. Si Trujillo lo estaba bordando con los palos sin darse demasiada importancia, Curro Javier volvía a mostrarse como uno de los grandes del percal. Y había que estar a la altura de las circunstancias pero el toro, que no tuvo mal fondo, no quiso unirse a la fiesta por su falta de gasolina. Le costaba repetir con continuidad, seguir la muleta hasta el final y aunque el toreo brotó como una fuente en un derechazo inmenso y arrebujado, la faena no llegó a tomar el vuelo que todos anhelábamos. El toro llegaba exangüe al tercer muletazo y aunque dejó retazos de calidad por el pitón izquierdo se acabó parando. Lo que se había anunciado como un recital se quedó en pruebas incompletas de instrumentos.

Tampoco iba a tener suerte Manzanares con el sexto de la tarde, que derribó a Chocolate con estrépito e hirió al caballo. Brilló Araújo librando del peligro a Curro Javier y Manzanares, algo atropellado, comenzó bien el trasteo, toreando siempre a su favor a pesar de la tendencia a mansear de este animal que, con un poquito más de fibra, habría permitido al alicantino poner a tope toda su orquesta. Hubo muletazos aquí y allí; incluso series compactas exprimiendo hasta lo imposible un toro que no quería pelea. La faena acabó algo accidentada entre resbalones y algún arreón del animal mientras el Manzana se atascaba con el descabello. Aunque dejó clara su declaración de intenciones tendrá que esperar mejor ocasión.

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