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El kilo de patatas no es el futuro

Estamos asistiendo a una nueva sociedad donde el futuro ya no se presenta lineal, lento, certero y previsible. Ese futuro se presenta traicionero, imprevisible, a saltos y con sobresaltos. Es imprescindible que sepamos que ese futuro será muy distinto del presente y del pasado.

el 15 sep 2009 / 02:06 h.

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Estamos asistiendo a una nueva sociedad donde el futuro ya no se presenta lineal, lento, certero y previsible. Ese futuro se presenta traicionero, imprevisible, a saltos y con sobresaltos. Es imprescindible que sepamos que ese futuro será muy distinto del presente y del pasado. Antes, el futuro y el pasado se parecían, pero ya no. Nadie está seguro de nada, y nadie sabe cómo será mañana. La sociedad que se está formando, y sin ánimo de ser exhaustivo, se caracteriza por las siguientes notas distintivas:

Primera. Hasta hace poco más de un siglo, la Historia nos tenía acostumbrados a la lentitud. La sociedad avanzaba casi de forma imperceptible. Sólo las revoluciones o las grandes guerras permitían apreciar cambios notables en la vida de los pueblos y de las gentes. En los inicios del siglo XXI, estamos asistiendo al proceso de transformación más importante y vertiginoso de toda la historia de la humanidad. Las evidencias son notables aunque aún nos cuesta entenderlas, aceptarlas y dominarlas. En cualquier faceta de la vida que observemos podemos encontrar esos cambios significativos que lo están alterando todo.

Segunda. No descubrimos nada si constatamos que en la nueva sociedad las distancias han comenzado a desaparecer. Si en la sociedad industrial las distancias eran fundamentales y daban o quitaban posibilidades de desarrollo, en la nueva sociedad significan poco o nada. Países o territorios situados en la periferia tienen, o pueden tener, las mismas posibilidades de desarrollo que otros tradicionalmente ubicados en el centro de todos los progresos y procesos. Finlandia o Irlanda, ambos en la periferia de la periferia son un ejemplo paradigmático. Las distancias comienzan a ser irrelevantes en el nuevo horizonte de desarrollo. Para los españoles, se suprime esa traba, ese alejamiento que nos hizo perder oportunidades en los tiempos en que sí existían los kilómetros.

Tercera. Ya no son imprescindibles las materias primas tradicionales para que un país pueda desarrollarse y progresar. La materia prima fundamental ha dejado de ser la tierra, el carbón o el acero. Ahora la materia prima también es la inteligencia, la creatividad, la emoción, la imaginación. Para más ventaja, mientras la tierra, el carbón, el acero, eran posesiones sólo al alcance de unos cuantos, la inteligencia es patrimonio de todos y, si sabemos utilizarla, puede ser un patrimonio común desde el que afrontar un futuro distinto. El actual modelo cada vez será más ineficaz. En los años 60, España experimentó un desarrollo económico basado en los Planes de Estabilización, costes salariales bajos y precios más bajos que los países con los que competíamos. La economía y el mercado estaban cerrados, las fronteras existían, y la globalización no había hecho acto de presencia. Por el contrario, hoy, nuestros precios y nuestros costes se asemejan bastante a los países con los que competimos, e incluso son mucho más altos que los costes de los países emergentes. La consecuencia es que en los países más avanzados de la Unión, se está viviendo un proceso tremendo e imparable de fragmentación y de deslocalización de empresas. La era del vapor sigue estando aquí, y sigue instalada en las sociedades industriales, pero el vapor y todo lo que conlleva se puede comprar fuera y a precios más baratos y, por lo tanto, la solución no está en buscar medidas clásicas para detener una sociedad que se está yendo. La solución la encontraremos intentando ir a otro sitio, a otra sociedad, por un camino distinto.

Cuarta. Es una realidad que estamos viviendo una época donde el tiempo ya no se mide en segundos sino en nanosegundos. Vivimos un tiempo donde los cambios se producen a un ritmo vertiginoso, donde todo se produce en serie, donde todo se estandariza, donde todo se copia, donde los productos, cada día, poseen ciclos más cortos, donde lo que hoy es una gran innovación deja de serlo, no en diez, en veinte o en treinta años, como antes, sino en un año, en meses e incluso en días. Estamos en un momento en el que nace algo nuevo y muere casi a la misma velocidad que nace; el ciclo de vida de un telé-fono móvil ronda los dos meses.

Quinta. Estamos en un mundo globalizado con exceso de ofertas y donde hay de todo. En ese contexto, imaginar tiene mucho sentido. Innovar en el mundo actual no es un capricho. Si hubiera que sintetizar lo que está ocurriendo ahora en el mundo de la empresa, habría que explicarlo con la frase "la oferta supera a la demanda". Hay mucho de todo. Hay exceso de cosas. Esto nos obliga a los consumidores a elegir. Y ese contexto es el que lleva a quien produce a la obsesión de ser eficientes, a producir más y mejor. Pero, ser eficientes ya no es suficiente. Lo importante es ser diferentes, radicalmente diferentes y, a ser posible, ser únicos. La nueva sociedad crea realidades nuevas, distintas, artificiales, virtuales, cambiantes, en las que lo pequeño remite siempre a lo grande, y en las que la combinación y la mezcla de las cosas, de las situaciones y de las personas -y de éstas entre sí- es uno de sus principales valores. Si estábamos históricamente acostumbrados a la lentitud en los cambios, ahora debemos estarlo a la extrema movilidad, al vértigo en las transformaciones, al dinamismo social, económico y cultural.

En definitiva, una nueva sociedad, donde el proceso no es lineal sino biológico, donde lo que cuenta fundamentalmente es la formación, la inteligencia, la osadía, el riesgo, la diversidad, y la imaginación. Ése es el nuevo sitio y ésos son los factores que definen el nuevo sitio, la nueva sociedad. Ése es el futuro y no el precio del kilogramo de patatas.

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