Opinión

El lápiz del arquitecto

A golpe de programas informáticos de última generación, la arquitectura parece abocada a servir a una cultura de lo efímero. Un sinfín de recreaciones virtuales que no aguantan el paso del tiempo. Frente a esos colegas que aman el impacto de las primeras planas, Guillermo Vázquez Consuegra (Sevilla, 1945) trabaja desde la trastienda de la arquitectura. Estudió en la Escuela Superior de Sevilla, donde formó parte de una de las promociones (la del 72) más gloriosas que ha dado la Universidad a la profesión...

el 18 oct 2009 / 06:49 h.

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A golpe de programas informáticos de última generación, la arquitectura parece abocada a servir a una cultura de lo efímero. Un sinfín de recreaciones virtuales que no aguantan el paso del tiempo. Frente a esos colegas que aman el impacto de las primeras planas, Guillermo Vázquez Consuegra (Sevilla, 1945) trabaja desde la trastienda de la arquitectura. Estudió en la Escuela Superior de Sevilla, donde formó parte de una de las promociones (la del 72) más gloriosas que ha dado la Universidad a la profesión. Y porque conoce el oficio (en el que cuenta con la colaboración de sus dos hermanos Jorge y Marcos), su obra es de una sencillez majestuosa.


No hay ni un solo proyecto (desde las viviendas sociales que hizo al comienzo de su carrera en Ramón y Cajal hasta la ampliación de Fibes) que Vázquez Consuegra no haya pensado hasta la extenuación. Cuentan los que le conocen que trabaja con tanta pasión que podría parecer que está permanentemente ensimismado. En su estudio de la calle Imagen, con una vista privilegiada del perfil de Sevilla y música clásica de fondo, le esperan una cuartilla de papel en blanco y una idea nueva que garabatear. Siempre a lápiz. El resultado: un trabajo de artesano. Fino, riguroso, elegante, meticuloso, potente, perdurable. Cuando entró en la cincuentena, confesó su preferencia por una arquitectura que funcionara de forma autónoma, en la que no se percibiera “la huella del autor”. Sentimos decírselo, pero no lo ha logrado.


Porque cada proyecto en el que se embarca (el último será la conversión de las Atarazanas en un Caixaforum) tiene su impronta: el dominio de la luz, el equilibrio y la imbricación perfecta del edificio con el entorno. Vázquez Consuegra huye del esnobismo que dice que la arquitectura tiene que ser rupturista. Este sevillano al que sus amigos califican de autoexigente y sobrio, casi espartano, concibe la arquitectura como “una secuencia natural” de la naturaleza. Ahí radica la fuerza de su discurso constructivo. La arquitectura de Vázquez Consuegra es real, habitable. Tiene corazón. Aquel que él dijo haber escuchado cuando se embarcó en la rehabilitación de San Telmo para convertirlo en la sede de la Presidencia de la Junta. Aquel que se deja oír en un paseo por el Ayuntamiento de Tomares. O el que late, ya casi en las últimas por el abandono inmisericorde de las administraciones, en el Pabellón de la Navegación.


Este artista-obrero tiene la suerte de que su obra hable por él, porque cuando se conoce a Vázquez Consuegra –así dicho, con sus dos apellidos–, se tiene la impresión de que uno va a decir una impertinencia. El aprendiz frente al maestro. Su imagen de hombre altivo le precede y le ha granjeado algún que otro enemigo. Sobre todo en Sevilla, donde no se le ha hecho justicia. Los premios Nacional de Arquitectura (2005) y Andalucía de Arquitectura en su primera edición (2007), amén de una lista más amplia, les han servido a sus detractores (localizados y con marca de partido) para echar más carnaza contra quien mejor conoce Sevilla y sus recovecos, y más alto ha puesto en el mundo el nombre de una ciudad cuyas esencias son patrimonio, parece, de unos pocos. Después de 35 años de profesión, la inmensa mayoría de los proyectos que Vázquez Consuegra ha ganado en Andalucía lo han sido por concurso, ante un jurado. Pero aún así, sus enemigos lo tachan despectivamente de arquitecto del régimen. El inglés Norman Foster, con el que Consuegra convertirá –a saber cuándo– el solar de Cruzcampo en un nuevo barrio, es el arquitecto de referencia de Londres. Y nadie se avergüenza por ello. El sueño que Sevilla dice estar construyendo necesita muy buenos obreros, artesanos capaces de hacer un boceto a lápiz.

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