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El maestro John Elliott

Ha permanecido cuatro días en Sevilla el profesor John H. Elliott, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Caballero del Imperio Británico y doctor "honoris causa" por numerosas universidades. Sus tres intervenciones en nuestra ciudad serán recordadas.

el 15 sep 2009 / 18:25 h.

Ha permanecido cuatro días en Sevilla el profesor John H. Elliott, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Caballero del Imperio Británico y doctor "honoris causa" por numerosas universidades. Sus tres intervenciones en nuestra ciudad serán recordadas.

El martes ofreció en el Alfonso XIII, en acto organizado por el Centro de Estudios Andaluces, un profundo y comprometido análisis de la realidad española actual. El miércoles abarrotó el Paraninfo de la Universidad para inaugurar el máster de Estudios Americanos y al final de la conferencia alumnos de "piercing" guardaban cola para conseguir la firma o la dedicatoria del maestro, como cuando Plácido Domingo recibe en camerino en noches triunfales. Y el jueves ofreció a los profesores de Historia un interesantísimo seminario sobre las dos Américas, la Anglosajona y la Hispana. Los docentes lo admiran y lo respetan como maestro indiscutible de la Historia Moderna.

¿Cuál es la clave del éxito de Elliott como historiador? Por supuesto, su sabiduría, su erudición, su impresionante capacidad de trabajo, su profunda capacidad de análisis y sus antológicos estudios sobre la España de los Austrias. También su honestidad y su insobornable independencia de criterio y de juicio, algo básico en un estudioso del pasado y de la realidad actual. Pero hay otro rasgo que yo hoy quisiera destacar a la ahora de intentar explicar la proyección y la unánime admiración que despierta John H. Elliott, ya que como investigador, como escritor y como docente, es también un comunicador nato. Es un don natural que se tiene o no se tiene, aunque puede cultivarse. Es una capacidad y un arte especial de contactar, de llegar tanto al especialista como al estudiante o al gran público, y de transmitir un mensaje comprensible y claro. Es un problema de lenguaje histórico.

Ahora que tanto hablamos de las técnicas de la comunicación, resulta que un profesor británico, sobrio de ademanes, elegante pero austero en usos indumentarios, con semblante de hidalgo español del siglo XVII, poco amigo de la retórica y del gesto para la galería, con marcado acento extranjero a pesar de su dominio del idioma castellano, es ante todo y sobre todo un maestro en el arte de la comunicación a la hora de hacer uso de un lenguaje que llega a todos y que hace comprensible su discurso. Y lo curioso es que tal capacidad no se cimenta en un estilo grandilocuente o de gran brillo formal. Por el contrario, su estilo como escritor y orador es comprimido, ordenado, sobrio como su propia personalidad, de contundente precisión terminológica, de elegante concisión, exento de vana retórica formal. Es más; como conferenciante, formado en la más pura tradición de las universidades británicas, habitualmente lee el texto de sus lecciones y conferencias. En ellas Elliott expresa lo que tiene que expresar y punto. Es aquel viejo principio que se le atribuye a Ortega y Gasset de que para hablar en público sólo había que cumplir tres requisitos: tener algo que decir, saber decirlo y decirlo. Casi nada. Docentes, políticos y comunicadores tenemos todavía mucho que aprender de maestros como Elliott.

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