Cultura

‘El Mantoncillo de Triana’, sencillo y emocionante

Reseña del espectáculo flamenco visto esta semana en el Teatro Lope de Vega.

el 22 ene 2014 / 21:45 h.

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Cada vez me gusta menos sentarme en la butaca de un teatro para ver un espectáculo de flamenco y luego opinar, que a eso nos dedicamos los críticos. Pero he de reconocer que ha renacido mi interés por esta ya vieja profesión a la que llevo dedicado treinta y cinco años de mi vida. Me he emocionado con El Manonticillo de Triana, en el Lope de Vega, que ha registrado un lleno hasta el gallinero. Gitanos, payos y japoneses, hindúes y árabes, alemanes e italianos han descubierto que todavía hay arte natural en Triana, que aún quedan cantaoras y cantaores que sacan el cante del alma, bailaores y bailaoras que saben arreglarse y guitarristas que acarician las cuerdas de la bajañí con los dedos mojados en vino de solera.

La noche del pasado martes no me aburrí con la ojana que impera. Tampoco me irrité viendo saltos atléticos y espantapájaros que dan el pego. Ni me dormí escuchando sonar una guitarra como si saliera de un disco. Sentí en todo el cuerpo una manera de hacer flamenco que se nos escapa por entre las yemas de los dedos. Rememoré mi ya lejana afición por Chiquetete, que me ha recordado cuando un simple fandango escuchado en la barra de un bar me hacía el más feliz del mundo.

Vi bailar a dos fenómenos, Paco Vega y Antonio el Cordobés, gitanos de pura cepa que no son de los que sacan la paloma de la chistera, sino dos bailaores que tienen en sus formas flamencas dos siglos de baile puro trianero. Elegancia, compás, la cabeza bien colocada, sencillez, naturalidad y pellizco. Gitanería. Me volvió a cautivar Carmen Ledesma, que tampoco tiene truco: es la pureza hecha baile genuino. Y Salud Vega, que parece que no pisa el escenario, de lo suave que marca y cómo mueve las manos y cómo se recoge, como lo hacían Pepa la Calzona o Pastora la del Pati, que aún vive. Impresionante la fuerza sobrehumana de Joaquina Amaya La Negra, que reinventa las añejas bulerías y los míticos tangos de El Titi.

Y Guillermo Manzano, que tiene un eco gordo y bien templado, y eso que llamamos jondura. Y Manuel Molina, el mago de las coplas de tres versos que hablan del amor y de Triana y de Sevilla, con una manera de coger la guitarra que recuerda a los sonanteros del siglo XIX. Hasta Joselito Lérida, el dueño de El Mantoncillo, se cantó unas coplillas y se dio una pataíta con arte. Todo con la música de Melchor Santiago, Emilio Caracafé y Fran Cortés, el hijo de Chiquetete, que nos emocionó a todos con una singular bulería en homenaje a su padre y al resto de los participantes.

Una puesta en escena sencilla, sin grandes pretensiones teatrales ni coreográficas. Desenfado y desparpajo y, sobre todo, arte a raudales. Y el público, claro, puesto en pie y aplaudiendo durante varios minutos. Trianeros y sevillanos disfrutando de una noche en El Mantoncillo de Triana. Algo sencillo, pero emocionante.

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