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El ministro José Blanco tiene razón

Una de las polémicas desatadas este largo y angustioso mes de agosto ha girado en torno a unas declaraciones del ministro de Fomento que reclamaba mayores impuestos para las rentas más altas.

el 16 sep 2009 / 07:39 h.

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Una de las polémicas desatadas este largo y angustioso mes de agosto ha girado en torno a unas declaraciones del ministro de Fomento que reclamaba mayores impuestos para las rentas más altas. O lo que es lo mismo, que contribuya más a Hacienda quien más tiene y quien más ingresa. Las descalificaciones le han venido a José Blanco desde la oposición y desde su propia compañera de Gobierno, la vicepresidenta Elena Salgado. Los ricos, que se sepa, no han dicho ni mu.

Seguramente la articulación administrativa de lo que era una invocación, más que una petición formal, tropiece con serias dificultades, entre otras cosas porque las grandes fortunas se saben al dedillo los vericuetos legales para seguir desoyendo tan razonable axioma, que para el común de los mortales resulta de una lógica aplastante. Las cargas impositivas del Estado han de recaer de manera proporcionada sobre los ciudadanos, máxime en estos tiempos en los que el desempleo hace estragos entre las clases desfavorecidas. De ahí que tomarse frívolamente a la ligera un propósito de tanto calado social choque frontalmente con los sentimientos de solidaridad de los que, más que nadie, deberían hacer gala los servidores públicos.

José Blanco no ha dicho nada distinto de lo que pensamos millones de españoles cuya organización social tiene sus fuentes en el Derecho Público Cristiano. Desde la "Rerum novarum" de León XIII (1891) a la muy reciente "Caritas in veritate" de Benedicto XVI, que retoma los principios de Pablo VI en su inmensa encíclica "Populorum progressio" (1967), la Doctrina Social de la Iglesia ha predicado invariablemente los valores de la redistribución como la forma exigente de vivir el Evangelio.

Tampoco es diferente el tratamiento que las Constituciones occidentales dan a estos principios, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial cuando los pueblos empiezan a corregir los excesos de los liberalismos asilvestrados y tanto la socialdemocracia como la democracia cristiana infunden nuevos criterios a los partidos políticos emergentes que, con escasas salvedades de fondo, son los que hoy gobiernan Europa. Estamos en un lado del mundo en el que no se puede ignorar nuestros orígenes, nuestras frustraciones, nuestros fracasos y, sobre todo, la realidad del asentamiento de un modelo válido de convivencia que echa sus raíces en lo que hemos dado en denominar Civilización Cristiana. En ese marco las palabras del Papa Montini: "No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario", cobran hoy toda su vigencia y valor.

Las bolas de cristal de los economistas anticipan un otoño duro, especialmente para quienes no encuentran trabajo y para millares de familias en las que todos sus miembros están en paro. Los recursos del Estado, seguramente administrados de manera improvisada y nada pragmática, se resuelven escasos ante una situación extrema como la que empezamos a pisar. Es por todo ello por lo que me parece que el ministro Blanco debe ser escuchado.

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