Cofradías

El misterio de las mujeres de negro

Las calles se llenaron, más que nunca, de mantillas

el 29 mar 2013 / 00:56 h.

TAGS:

Mujer de mantilla al paso de La Cigarrera. Mujer de mantilla al paso de La Cigarrera. Será porque después de tanta agua la percepción puede quedar alterada, pero lo cierto es que ayer parecía más Jueves Santo que nunca. Las torrijas parecían nadar en más miel, los metales de las bandas sonaban como más afinados, el incienso en el aire, sin tanto ozono, poseía un olor más intenso... Y las mantillas parecían haberse multiplicado por todas partes. Mantillas de todas las edades, desde recién nacidas, sin apenas cabello para sujetar la peina, a veteranas sin complejos; mantillas de suela baja y de tacón de aguja, a pique de un repique entre los temerarios adoquines del centro; mantillas que se resisten a mostrar la piel y mantillas muy primaverales, incluso preestivales, sin mangas y a lo loco; mantillas ceñidas como modelos de pasarela y mantillas de sombría tristeza, recordatorios ambulantes de que el negro es de luto por el Señor de los cristianos. “No vas de fin de año. Cada vez se ven más con faldas cortas, con escotes o tirantas... Pero esto es una cuestión de elegancia, no de licras”, afirma Cristina. Para ella vestir de mantilla es una tradición familiar irrenunciable, aunque fuera del Jueves Santo no está dispuesta a imponerse excesivos recatos en el vestir: una chica de su tiempo que, una vez al año, se cubre de negro como ayer lo hizo su abuela y mañana, seguro, lo harán sus hijas. Claro que cuesta creer que todas las mantillas que ayer iban de aquí para allá, fumaban morosamente junto a las Setas o calmaban su sed en el Vizcaíno, estén dispuestas a observar todas las exigencias de su atuendo. En La Estraza, un bar rockero de Feria que brinda tapas con nombres como ensaladilla URSS o montadito hoochie coochie, siete señoras juntas de mantilla reponían fuerzas antes de seguir la caminata de templo en templo: tan llamativas, que la camarera no resistió la tentación y les pidió posar para una foto. En esto, como en todas las cuestiones de fe, habrá devociones insobornables y otras, más tibias, que se confundan con la coquetería. “Yo he llegado a vestirme de mantilla sólo por hacerme la foto en un estudio, porque me hacía ilusión”, admite discretamente María, indudable suspenso en un imaginario examen de ortodoxia. Y no es un caso aislado: una peluquería de la Plaza de los Terceros preparaba ayer mantillas a precios regalados para destinar las ganancias a una causa benéfica... Y no daban abasto. Lo de vestir de mantilla, dicen quienes saben de esto, empieza de mañana con un gran caos doméstico, a menudo bajo la dirección de la matriarca del clan, y culmina en esas largas colas que vemos en la Macarena, el Cachorro o el Gran Poder, a pie firme, con agua, sol y sereno. Pero ni las más pías se salvan del piropo callejero, y tampoco de la foto del guiri, algo que antiguamente era para muchas la única forma de salir de España. “La verdad es que un Jueves Santo llegas a casa con los pies destrozados, pero también es un subidón de moral”, comenta Irene, que frisa los 30 años y lleva más de diez saliendo puntualmente con esta indumentaria. “Sí, es un luto, pero el luto de quien tiene fe en la resurrección”. Para los profanos en la materia, el misterio de las mantillas sólo puede equipararse al misterio de los llamados mantillos, sus acompañantes masculinos, también ataviados de luto –chaqueta y corbata negras, camisa blanca–, aunque lógicamente menos motivados. ¿Qué pensarán ellos, desde su discreto, casi invisible segundo plano? Se nos acabó el Jueves Santo sin poder adivinarlo. El año que viene, Dios mediante, se lo preguntaremos.

  • 1