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El motero sordomudo quiere entrar en el Guinness

Yarets el bielorruso, de 71 años, hace escala en Sevilla en su vuelta al mundo sin fin

el 11 oct 2012 / 08:19 h.

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Lo bueno de un vecino así es que siempre se le puede pedir que vaya a por la pizza. Total... Pero la vecindad es un fenómeno imposible con un tipo que lleva doce años sin bajarse de la moto (de los cuales hay que descontar uno en que estuvo medio muerto, allá por América, tras estamparse contra un camión durante una tormenta) y cuya prioridad en la vida es darle vueltas al mundo aprovechando la circunstancia de que es redondo. Se trata de Yarets el bielorruso. O, por expresarlo más formalmente: el ciudadano Vladimir Alekseyevich Yarets, nacido en Minsk el 5 de mayo de 1941. Fue el mismo año en que esta ciudad cayó en poder de los nazis, un día antes de que Stalin fuese nombrado presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y justo cuando todo el mundo pensaba que Hitler y sus fascistas, imparables, dominarían la Tierra por siempre jamás. Pero el milagro sucedió: los alemanes se largaron de allí rabo interpernorum. Hitler perdió la guerra. Y Minsk, curtida como un odre viejo en los rigores de un pasado forjado por vikingos, voivodas, zares, polacos somnolientos y soviéticos que dormían sus cogorzas soñando con minas y ferrocarriles, imprimió en su hijo Vladimir Alekseyevich el deseo firme de poner pies en polvorosa lo antes posible. Dedicarse a viajar, sin meta, sin fin. Solo había un pequeño problema: que este propósito tan bohemio, se antojaba a decir de todos un tanto pretencioso y tal vez demasiado nihilista... para un sordomudo. Esa era la opinión general, incluida su familia y las autoridades civiles y militares (religiosas no había: era la URSS). Por eso ayer era tan grande el placer de verlo sonreír en la Avenida, junto a su moto pintoresca y llena de mataduras, como él, con casi 400.000 kilómetros en su entrepierna y bailoteando sobre un charco de presunciones hechas añicos que Yarets pisoteaba con descuido, en su alegre danza de señas y abrazos que tenía a la concurrencia encandilada.

Una carpetilla blanca por pizarra y unos conocimientos de inglés a nivel Barrio Sésamo despacharon una larga y apasionante conversación, repleta de contagiosísimas razones para emprender la aventura de la felicidad. Aquello tenía aire de embarcadero, más que de avenida peatonal, y su moto repleta de archiperres y tatuajes parecía más el Pequod del capitán Ahab, el Orca de Quint el cazatiburones, el Nautilus de Nemo o hasta el celebérrimo y trágico Bounty de William Blight, con el oficial Fletcher Christian haciendo sospechosos guiños desde el puente. Una llamada a embarcarse en uno mismo, como en el cuento de Saramago, y largar velas con la primera marea. Dice el camarada Vladimir Alekseyevich que quiere formar parte del Libro Guinness, pero en el fondo le da igual. Él sabe de sobras que no hay muchos más sordomudos que lleven desde el año 2000 dando vueltas en moto por el planeta Tierra. Quiere viajar en moto. Sobre el sillín, un casco invertido recoge donativos para su odisea. Nunca la envidia fue tan sana.

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