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El néctar de San Ginés

Villanueva de Ariscal cerró sus fiestas con la pisá de la primera uva del Aljarafe.

el 04 sep 2011 / 19:17 h.

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Los porteadores pasean al patrón de la viticultura, San Ginés, por la caseta municipal de Villanueva del Ariscal.

Pepa Romero tiene el nudo en la garganta desde que salió de la parroquia. Más bien desde el día en el que le pusieron la corona. Agarrada del brazo del alcalde de Villanueva del Ariscal, José Castro, y tras el cortejo de damas que sigue a San Ginés, la reina de la Vendimia baja por la calle Nueva, con la mente ahogada en la imagen de la madre que, hace tres décadas, entregó en ofrenda, como reina, el primer mosto al patrón. También lo hizo su abuela y alguna de sus tías. Hasta su abuelo, de Bodegas Sierra, fue uno de los cofundadores de una tradición que ya suma 58 septiembres.

Con alguna mirada venida del cielo, Pepa recibió el obsequio de un racimo de uva, que lo presentó a los cientos de ariscaleños que se concentraron en la caseta municipal para ver la pisá de la primera uva del Aljarafe, aquella de la que se sabría el grado que tendrá el mosto de este año. A cada racimo presentado, un aplauso y el acompañamiento de los pasodobles, obsequiados, como siempre, por la banda municipal.

Pasaron todos para recibir los racimos de la mano experta de José Borrego que, a sus 78 años, es el mayor experto en lagares de esta parte del Aljarafe. "El mosto sale bueno, pero entre el calor y las fuertes lluvias se han cargado media cosecha", lamentó José, conocido por todos como El Chuchero, porque su madre tenía antaño un puesto de chuchería. Una de las que lo recibió con mucho entusiasmo fue Marta Barral, la reina infantil, que era un racimo -a estas alturas suena mejor que manojo- de nervios. "¡Pero estaba menos nerviosa que en el pregón [que fue el 20 de agosto]", explica. En ese tiempo, sus amigas le están regalando los oídos diciéndole "lo guapa que está". Así lo dice ella y constata su madre.

Con todos los racimos arrojados al mismo lugar, tocaba a dos niños descalzarse y arremangarse los pantalones prácticamente hasta las rodillas. Son los dos capataces infantiles que, a ritmo de pasodoble, se agarraron el uno al otro y, dando círculos, pisaban con fuerza la uva para exprimir al máximo el jugo que guardaba en su interior. Antonio José Vilches ya se tenía aprendida la lección del año pasado, pero el novel era Antonio Barrera. Pero no le pillaron en un renuncio porque siguió los consejos de la pregonera María Díaz, que le dijo que "pisara bien fuerte". Y así lo hizo.

Con la faena ya hecha, tocaba el turno de la ofrenda al patrón de la viticultura, San Ginés, que ocupaba un rincón del escenario. Ofrenda y, seguidamente, bendición de "los frutos de la tierra" por parte del párroco, José Sierra, que se destapó con una asombrosa revelación: un 4 de septiembre como el de ayer, pero de hace exactamente 50 años, fue el chico que pisó la primera uva del Aljarafe. Y es que todo ariscaleño de pura cepa ha pasado por este ritual rociado de buen vino.

Sí, buen vino. Porque tras extraerlo y bendecirlo, llegaba el momento de comprobar su graduación: 12,2 grados, que "fermentado -aclara Borrego, que se enfunda la mascota en la cabeza- gana un grado más". El que fuera inexperto en vino, tal vez se quedaba igual, pero aquí había un gallinero experto, que rompió en aplausos y loas nada más conocer la preciada graduación. Por tanto, la prueba se había superado, fruto del esmero de los agricultores en sus cosechas, o "de lo bien que pisa mi niño", según explicaba, medio en broma por supuesto, el padre del pequeño Antonio, mientras que el patrón se iba, en silencio y sin que casi nadie se percatara del recinto ferial para dejar que la fiesta siguiera por sus derroteros.

San Ginés, agradecido por esa ofrenda, quiso tributar con un pequeño obsequio, que nadie se esperaba ya: el desfile de carrozas, que fue suspendido por la tromba de agua del pasado jueves, se retomó ayer noche, para alegría, en especial, de los más pequeños. La espera para el desfile -el acto de la pisá fue a las 14.00 horas- se apaciguó en un recinto repleto de referencias vinícolas. Desde las calles Vinateros de Villanueva o Vendimiadores hasta casetas de nombres variopintos como Vendimia, la Venencia, El Racimo de Ariscal, El Lagar, Solera Fina o la Asociación de Mujeres Las Viñas poblaban un pueblo que, ayer y hoy, vive por el mosto.

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