La verdad es que lo reproducido en este periódico de las palabras del hijo de Cansinos sobre su padre y la fundación que lleva su nombre deja un sabor agridulce: exhala el rastro olfativo de ese afán, cada vez más generalizado, de patrimonializar la obra de ascendientes en el que nos han metido los derechos de autor convertidos en herencia por quienes son descendientes somáticos más que espirituales, esto es, discípulos. En esta situación no sabemos si Platón hubiera podido publicar la mitad de sus obras con los herederos de Sócrates reclamándole derechos.
Decir que es natural que la Fundación Cansinos Assens esté en Madrid, donde vivió, pero que podría venir a Sevilla porque allí no acaban de declarar Bienes Culturales sus materiales es muy triste; lo contrario de si el traslado se argumentara en los temas de su obra, en que aquí estuvo el epicentro del terremoto que originó junto con Isaac del Vando, Adriano del Valle, Luis Claudio Mariani, Luis Mosquera, Rafael Lasso de la Vega... y en una revista llamada Grecia que inventaba el vocablo "vanguardia".
Que lo era porque, a la vez, admitía en sus páginas versos de Salvador Valverde o Xandro Valerio sin importarle que, por otro lado, los publicara -cantándolos- Raquel Meller y se atrevía a sustituir el ánfora de su portada por una lata de aceite lubricante 8 años antes de que naciera Andy Warhol y cuando faltaban 40 para que pintara la de tomates Campbell. El argumento con verdadero peso específico para traer la fundación a Sevilla sería el de que se favorece la puesta en valor del movimiento ultraísta y sus autores insertándolos en su medio; los demás sobran y más que ninguno el de que el nombre de Cansinos es el de una calle. Eso es como decir que también está en unas tortas de aceite e, incluso, debajo del de Rita Hayworth.
Antonio Zoido es escritor e historiador
