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El novato contra el veterano

El entrenador del Betis Francisco Chaparro, empezó a ejercer de técnico del equipo sevillano cuando nadie le veía ocupando el puesto de entrenador de Primera. Pero en cuanto tuvo su oportunidad éste supo aprovecharla.

el 24 sep 2009 / 12:38 h.

Francisco Chaparro
Francisco Chaparro es sagitario, como Brad Pitt, y su cumpleaños coincide con el de Winston Churchill. Diríase que el entrenador del Betis no tiene nada que ver con el actor ni con el político, pero tampoco se le conoce relación alguna con los Rolling Stones y sin embargo es apodado, no sin cierta maldad, el Mick Jagger de Triana.

El caso es que comparte con el actor la importancia del físico en su carrera, ya que hubo quien se negó a darle el banquillo del Betis tras el ascenso de 2001 porque "no tiene pinta de entrenador de Primera" (palabras textuales de un responsable del club en aquel momento). Y al igual que el político, la vida le obligó a tomarse las cosas con calma: él se convirtió en técnico del Betis con 64 años y el sir inglés fue primer ministro de su país con 65.

El día que nació Chaparro, bético de toda la vida y trianero de honor, también se cumplió el setenta aniversario del primer partido internacional de la historia del fútbol, un Escocia-Inglaterra jugado en Glasgow. Eso no quiere decir que estuviese predestinado a dedicarse al deporte del balompié, pero así ocurrió. No como futbolista, porque su trayectoria fue más bien discreta, e incluso como entrenador tampoco dio la impresión de que se ganaría un nombre en el fútbol español: la cantera del Sevilla (lo que son las cosas), el Écija, el Cádiz, el Isla Cristina, el Granada, el Xerez por fin en Segunda (aunque sólo duró veinte jornadas), el Écija otra vez, el filial del Betis...

Todo eso cambió un buen día de junio de hace dos años. El Betis se jugaba la vida a un solo partido en Santander y Manuel Ruiz de Lopera se acordó de lo que tenía más a mano: el entrenador del filial, ayudante de Luis del Sol en el ascenso de 2001 y de Juande Ramos en el sexto puesto de 2002. Llegó la gran oportunidad.

Podría decirse que el rostro de Chaparro, avejentado, arisco, duro, aún conserva en cada arruga un recuerdo de esos años de penurias, de cuando regaba el césped y daba masajes en el Écija, de cuando nadie cobraba en el Isla Cristina y él pagaba el campo para entrenar. Lo que pasa es que la cara no siempre es el espejo del alma. Chaparro no es un jovencito, eso salta a la vista, pero en lugar de estar jubilado, como casi todos los españoles a su edad, entrena a un equipo de Primera División, corre de 12 a 14 kilómetros al día y hace 2.500 abdominales a la semana.

Para algo fue profesor de Educación Física en el colegio San Francisco de Paula durante 22 años. De esa pasión por el atletismo, que en otros tiempos le llevaba a ir corriendo desde su casa a los entrenamientos, le quedan la admiración por Haile Gebreselassie o Fermín Cacho y el detalle de trabajar en botines, no en botas de fútbol.

Chaparro, una de esas personas que no parecen sonreír ni siquiera cuando sonríen, también es un hombre de dos caras. Da una importancia capital a la motivación de sus deportistas, a los que incentiva con todo tipo de recursos musicales o literarios. Incluso se fija en deportes como el baloncesto, el balonmano o el hockey hierba y en los sistemas de trabajo de técnicos como Pat Riley (ex Lakers), Maurits Hendriks (ex seleccionador de hockey) o su maestro Jock Wallace (fue su ayudante en el Sevilla).

Pero también descuida a los futbolistas con quienes apenas cuenta y ve fantasmas donde no los hay. Para unas cosas es moderno, quizás hasta innovador, y le desborda la ilusión del recién llegado, pero no puede evitar tener 66 años. Es de la vieja escuela, de echar la culpa siempre a otros (los árbitros, los jugadores, la prensa, la calefacción del Bernabéu), de tirar la piedra y esconder la mano, de lanzar indirectas en público y explayarse en privado.

Chaparro sueña con ganar una Liga con el Betis (y encontrar la camiseta amarilla con una franja azul del Troya, el primer equipo donde dio patadas a un balón), aunque de momento se conformaría con salvarlo del descenso. Y mientras tanto acumula enemigos a la misma vez que va salvando finales (la primera fue en Santander, la penúltima es esta tarde) y sobrevive como si llevase toda la vida en esto. En realidad lleva toda la vida en esto

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