Andalucía volvía a disfrutar ayer de otro día histórico a cuenta del medio de transporte ferroviario más deseado. El presidente Zapatero bautizaba la llegada del Tren de Alta Velocidad a Málaga. Sólo un día antes lo había llevado a Valladolid. Aquella aventura arriesgada en la que por suerte para Andalucía se empeñó Felipe González en los ochenta, apostando por dotar de un tren tan especial a Sevilla al rebufo de la Expo 92, fue tan brutalmente criticado entonces como es ensalzado hoy. Los españoles parecen pensar ahora que sin ese tren a la puerta de sus pueblos éstos se quedarán definitivamente al margen del futuro. No les falta razón. Y el Gobierno lo sabe. Por eso hará de España en 2010 en el país de Europa con más líneas de AVE (2.200 kilómetros de vía) sólo por detrás de Francia. Pero una década después, cuando el tren haya llegado a Galicia (2012), Euskadi (2014) Valencia y Extremadura, los españoles serán los ciudadanos líderes en kilómetros de la alta velocidad de todo el planeta. Andalucía habrá conectado antes todas sus capitales con tan cotizado tren. Sevilla y Córdoba y Málaga ya tienen la comunicación más rápida y limpia que existe. Sólo quedan otras cinco provincias. Pero si enorme importancia tiene el AVE en el transporte de viajeros de forma cómoda y puntual, tanto o más la tiene también por su capacidad de acercar comunidades. El AVE empieza a ser uno de los mejores instrumentos para vertebrar los territorios que conforman España. Sólo comparable a la televisión pública, otro clásico elemento de vertebración, el tren de Alta Velocidad se ha convertido incluso antes de completar su red en un denominador común de todas las autonomías y sus ciudadanos. Por eso aquellos grupos, como ETA, que intentan dinamitar el Estado, han puesto al proyecto del AVE al País Vasco en su punto de mira. Este tren contribuye a unir, a acercar, a triturar tópicos. En Málaga y en Valladolid ya han empezado a comprobarlo. En Sevilla y Madrid se sabe desde mucho hace tiempo.
