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El patio de atrás del Polígono Sur

Hasta los cierres ilegales evidencian cómo de distintos son los vecinos de barrio.

el 24 jul 2010 / 18:10 h.

Urbanismo tiene localizadas decenas de construcciones como éstas, auténticas viviendas levantadas sobre la acera.

"Yo sé que el patio me lo van a tirar, pero cómo va a ser igual el mío, que no ocupa la acera y que se hizo con permiso por escrito de todos los vecinos, que ésos que hay por ahí". Con ésos que hay por ahí, Francisco, de 64 años y vecino de los bloques marrones del Polígono Sur desde hace 33, se refiere a otros cierres, a veces simples vallas metálicas que guardan chatarra o animales y generan mal olor o que, en el peor de los casos, crean un habitáculo para el tráfico de droga y otras actividades ilegales, cuando no sirven de almacén, taller o tienda de desavío.

Francisco, sin embargo, enseña con orgullo un cerramiento primorosamente pintado y adornado con azulejos, con una cerámica sobre la puerta que dice: Aquí vive un costalero. Dentro, decenas de macetas -cintas, potos, un jazmín- conviven en las paredes con azulejos del Cristo de las Tres Caídas y de la Esperanza de Triana.

En el Polígono Sur, hasta los patios ilegales transparentan los distintos modos de vida de un barrio en el que la picaresca salta a veces la línea que la separa del delito. El Comisionado, que aúna los esfuerzos de las administraciones para dignificar el barrio, ha tratado de atajar el urbanismo salvaje que ha arramplado con lo que se le ha puesto por delante desde que se entregaron estos pisos sociales, y uno de sus objetivos han sido los patios ilegales, por aprovechar la vía pública para fines particulares, y a veces delictivos.

Francisco sabe que su patio es tan ilegal como cualquiera, pero su historia es distinta: él cerró la entrada a su bloque hará 17 años porque "los enganchados" entraban a pincharse, y los ladrones se encaramaban a la reja de la primera planta para entrar en los pisos altos por la ventana. El patio se convirtió en lugar de juego para sus cinco hijos y los chiquillos del bloque, y en improvisado almacén cuando a alguien le ha hecho falta. "A mí no me ha dicho nadie que lo vayan a tirar, pero he oído que van a tirarlos todos, así que seguro que éste también", dice resignado. El hombre, que empezó a trabajar en el campo a los 12 años, fue yesero y pasó tres décadas trabajando en una aceitunera de Dos Hermanas, levantó el muro con sus manos y su propio dinero tras conseguir el permiso por escrito, "con sus nombres y DNI", de los 15 vecinos del bloque. No le puso techo ni lo usó como habitación. Hoy está jubilado y ya no saca un paso cada día en Semana Santa -el Domingo La Amargura, el Lunes Santa Genoveva, el Martes San Benito...-, pero sigue regando cada día las plantas. "Las cuida él", explica su mujer, Susi, que se reivindica como trabajadora, reniega de la "mala gente" del barrio e insiste en que ellos no han robado metros a la acera.

Sí lo han hecho muchos al construir habitaciones pegadas a sus casas, con puertas, ventanas y hasta farolas, que es más que evidente que se usan como parte de estas viviendas.
Urbanismo tiró hace dos semanas la última veintena de patios ilegales en la calle Orfebre Cayetano González, con lo que los demolidos desde 2004 son ya unos 250. Esta vez eran sólo vallas metálicas con enseres, juguetes y algún animal. "Se llevaron tres gallinas de mi vecina, y se querían llevar un perrito pero al final lo dejaron. A mí me quitaron la piscina y los juguetes de mi sobrino, y no es justo, porque si son míos no me los tendrían que haber quitado", dice Manuela Cabeza, de 18 años. Ahora en vez de patios hay muescas en el suelo, y un vecino ya ha empezado a acumular rejas metálicas con las que volver a levantar su cierre. Urbanismo afirmó que arreglaría el acerado, pero no lo ha hecho.

En la calle de al lado hay otros cerramientos: pequeñísimos espacios con vallas o alambre, vacíos y sin entrada ni desde los pisos ni desde la calle. "Los tuvimos que cerrar porque los drogadictos se pinchaban", dice una mujer desde la ventana. "Ahora dicen que van a tirarlos. Los estoy esperando a ver si quitan el mío, que yo no puedo".

Con la misma filosofía se lo toma Teodoro Silva, a quien ya han avisado de que le harán una faena: el enorme trastero de al menos doce metros cuadrados que ha hecho fuera de su casa tiene sentencia de muerte, y con él caerá el cuartito desde el que vende chucherías a través de la reja. El habitáculo es minúsculo pero tiene hasta luz. "Dice la Policía que cuando lo vayan a tirar me avisarán con una semana o así para que saque las cosas", dice este vendedor ambulante, que se queja de que "la cosa está muy mala y la Policía ya no deja trabajar en ningún lado". No piensa reclamar, aunque también levantó las paredes, hará 15 años, con consenso de los vecinos y por la misma causa: era más seguro que dejarlo como escondrijo de delincuentes.

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