Cultura

«El premio Nobel no existe»

La escritora rumano-alemana Herta Müller visitó recientemente Córdoba para hablar de poesía, de fronteras lingüísticas y de su experiencia con el comunismo

el 24 dic 2014 / 12:00 h.

  Herta Müller no lleva nada bien lo de las entrevistas. Ante las cámaras se muestra horrorizada, y solo a duras penas consiente que sigan fotografiándola, a condición de que sea sin flash. Luego, al responder las preguntas, se vuelve hacia la intérprete, apenas mira a los periodistas. Esa timidez es uno de los rasgos característicos de esta autora de estatura baja y aspecto frágil, cuya extrema delgadez contrasta con el potente foco de sus ojos azules. Y éste con el carmín intenso que resalta sus labios. Nacida en Ni?chidorf, Timi? (Rumanía) en 1953, Müller obtuvo fama mundial al ganar el premio Nobel en 2009. Recientemente participó en el encuentro Comospoética que se celebra en Córdoba. «La poesía, y la literatura en general, tienen una dimensión universal. No entiende de fronteras. Los temas, los sentimientos, son los mismos en cualquier parte», asegura, y pone como ejemplo a uno de los autores que más le han influido. «Macondo, sin ir más lejos, es el pueblo de Banat donde me crié. La poesía puede expresar quizá mejor brillos de sensaciones, pero la novela y el ensayo también pueden transmitir todo eso. Y seguramente podríamos extender la idea a todo el arte». Müller, que ha cultivado el relato corto, la novela, la poesía y el ensayo, ha escrito siempre en alemán, pues su familia pertenecía a la minoría alemana conocida como los suabos del Danubio, y esa fue su lengua materna. Hija de un camionero que luchó en la II Guerra Mundial en la Waffen SS y de una mujer que fue deportada a un campo de trabajo soviético, explica: «El rumano lo aprendí con 15 años, en el instituto, pero fue fundamental para mí, porque mi proceso de socialización lo hice en ese idioma, y no me marché de Rumanía hasta los 30 años. La verdad es que tampoco puedo considerarme estrictamente alemana. No soy rumana en Rumanía, ni alemana en Alemania. Y es algo que no considero del todo negativo», sonríe. Cuando una compañera de la prensa se identifica como venezolana, la escritora asiente: «Sí, yo conozco eso». Y ante la perplejidad de su interlocutora, agrega: «Yo vengo de Ceaucescu». En el fondo, toda la obra de Herta Müller, desde los citados poemarios a títulos como En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo o La bestia del corazón, es un grito de rechazo al comunismo que conoció en su juventud. Fue repetidamente hostigada por la Securitate, la policía secreta del régimen rumano, y sus obras padecieron la censura, hasta que pudo marcharse a Alemania en compañía de su esposo, Richard Wagner. Desde allí empezaría un largo periplo de lectorados por varias universidades europeas. Müller trata a las palabras como seres libres, a los que no hay que tratar de domeñar. «Siempre explico que una frase sabe cómo tiene que ser ella misma, y hasta que no la pongamos tal cual es, no descansa. De acuerdo, una novela hay que planificarla, dibujar los personajes, trazar un argumento… Pero el lenguaje sabe adónde va. Si acaso la lírica puede ser más intuitiva, porque se compone de tacto, pausa, música, factores en los que juega más la intuición. Pero la lengua tiene sus propias leyes, y hace lo que quiere». La charla la ha animado un poco, sonríe varias veces, el hecho de que los fotógrafos se hayan marchado la tranquiliza visiblemente. Cuando se le menciona el Nobel, su gesto se vuelve divertido: «El Nobel no es parte de mí, no entra en mi cabeza. Es una creación de fuera, como lo son todos los premios, por tanto no me compete. El problema lo tienen los demás», ríe. «Yo sigo siendo la misma, de veras. El Nobel no existe. Durante semanas no pienso en él, hasta que voy a actos públicos y se empeñan en recordármelo».

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