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El preso que se fugaba para estudiar

Las aulas de la cárcel, como las de cualquier colegio, están en el pasillo. Son estrechas hasta la asfixia, pero "más amplias que las celdas y más luminosas". Uno de los alumnos está a punto de terminar algo que empezó hace 14 años: la educación obligatoria.

el 15 sep 2009 / 23:41 h.

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Las aulas de la cárcel, como las de cualquier colegio, están en el pasillo. Son estrechas hasta la asfixia, pero "más amplias que las celdas y más luminosas". Uno de los alumnos está a punto de terminar algo que empezó hace 14 años: la educación obligatoria. Sólo que aquí, en prisión, ésta es de las pocas cosas que no son obligatorias.

A Manuel Montero le tocó estudiar en el colegio de su barrio, Los Pajaritos, pero no aguantaba estar cinco horas encerrado en un aula. Solía escaparse por la cancela que usaban los maestros, por donde entraban los coches. Ahora está encerrado en la cárcel de Sevilla, donde ninguna puerta se queda abierta por casualidad. Durante los próximos cinco años no podrá escapar de allí. No puede elegir a qué hora come, a qué hora duerme, con quién comparte celda, cuándo ve a su madre, cuándo se corta el pelo. Lo único a lo que no está obligado es a asistir todos los días a la escuela penitenciaria. "Si estoy en clase, no estoy en la cárcel", dice.

Carmen Burgos fue maestra durante 25 años en el Victoria Díez. Ahora está jubilada. Cuando se enteró por El Correo de que Manuel estaba intentando sacarse el graduado escolar en la prisión de Sevilla, y de que había preguntado por ella, decidió ir a verle. La profesora y su alumno se reencontraron en el módulo de Cumplimiento, donde están los presos que ya han sido sentenciados.

-La última vez tú viniste a verme a mí al cole, ¿te acuerdas?

-Fui a verla dos veces después de que me echaran. Cuando me soltaban del reformatorio iba a verla, y la última le prometí hacerlo mejor... Usted siempre ha sido mi maestra, me ha aprendido cosas que no se olvidan. Y recuerdo a don José, que tenía párkinson el pobre. Le decíamos el titi tembliqui y le poníamos chinchetas en la silla...

-¿Cuánto te queda para acabar?

-Dos asignaturas para sacar el graduado: Matemáticas y Sociales. Me olvidé el cuadernillo de notas en la clase, quería enseñárselo...

-¿Pero cuándo sales de aquí?

-Ah. Para salir casi cinco años.

-¿Y hay más gente del colegio?

-(Sonríe). ¿Cómo se llamaba aquél? Juan José Vila Garrido, el hermano del Demonio, también está aquí, en el módulo ocho. López Zuria, el Bola y el Chato, Tello Quecuti y los García Manzano... De mi barrio estamos aquí casi todos. De mi época, el 97%. Los chavales del colegio hemos pasado por reformatorios, y de ahí todos a prisión.

-Dichosa droga... Los pequeños del colegio jugaban a inyectarse en las venas con lápices de colores.

-Yo fumaba porros a los 11. En la puerta del cole, en la esquina, siempre había uno vendiendo hachís. Lo miraba, con el mono, desde la ventana de la clase. Salía de la escuela y me iba directo a pillar.

-Los maestros lo sabíamos. Teníais de ejemplo a los chulos del barrio. No erais valientes para decirles que no a los mayores.

-Después me empecé a juntar con los grandes a robar coches...

-Estábais siempre en la plazoleta de los banquitos, junto al cole. Cuando nos decían: "Mi padre trabaja en los banquitos"... sabíamos que vendían droga ahí fuera.

-¿Todavía queda alguien de mi quinta en la escuela?

-No, ahora están los sobrinos. En el barrio se tienen hijos muy rápido. ¿Se sienten satisfechas con 20 años, cuatro hijos y yendo a Cáritas a pedir? No sé. Tú a mí no me dabas problemas, porque te tenía pegado a mi mesa. Eras muy trabajador, pero te comía la ansiedad...

-La droga, señorita. La cocaína, las pastillas, el bazuco es lo que nos trajo aquí. Pero también fue que el barrio se metió en una de la que ya no salió, cuando mataron a un chaval a tiros. Marcos Ríos. No veas la que se vivió allí después del atraco del estanco con los dos polis.

Marcos fue al mismo colegio que Manuel. Con 18 años atracó un estanco donde había dos guardias civiles de paisano. En la huida, uno de ellos le dio el alto, Marcos le encañonó y el agente le dio dos tiros. El arma del chico era de fogueo.

-Muchos eran alumnos nuestros. Como el que disparó en la cabeza a la novia, ¿cómo se llamaba?

-Ramírez Gómez. Y ella Susana. Los dos estuvieron en el colegio.

-Yo no llegué a darles clases...

-El padre de Susana está conmigo en el módulo 5. Cuando entró Ramírez tuvieron que refugiarle en el 10 para que no le matara.

Enrique Ramírez tenía 20 años cuando mató a su novia de un tiro en la frente. Le dijo a la Policía que el arma se le había disparado mientras la limpiaba. La bala atravesó la cabeza de Susana mientras sostenía a su bebé. También Cristina Maestre había sido compañera de Manuel. Hace dos semanas murió apuñalada por su marido. Los maestros del Victoria Díez enviaron flores a casa de su ex alumna.

-Cuando pasa eso, cuando matan o detienen a un antiguo alumno tuyo, es tremendo volver a clase al día siguiente, tremendo...

Manuel mira a Carmen Burgos en silencio, como si ahora él fuera el maestro y ella la alumna que se esfuerza en entender la lección más difícil. Después sigue el temario.

-También cogieron a Jiménez Nicolás, El Huevo. Le metieron un tiro en el tobillo en la calle Mirlo.

Juan Jiménez Nicolás, el Huevo, asaltó un reformatorio de Carmona en 2002 a mano armada con su compinche El Pimiento, liberando a 18 chavales. Aunque él mismo se identificó por su apodo al exigir que soltaran a dos miembros de su banda, fue absuelto en el juicio.

-Venden droga en esquinas y en casas. La Policía sabe dónde, pero es más fácil atraparnos a nosotros. A mí no me cogieron hasta que mi madre les avisó. "Llama a tu hijo, dile que venga a casa", le pidió la Policía. Y cuando entré me estaban esperando escondidos.

-Lo hizo para protegerte.

-Sí. No podía haber hecho otra cosa. Ya estaba desmadrado.

-Tienes que rehabilitarte, Manuel, que ordenar tu cabeza.

-Me pegué cuatro años encerrado antes de entrar en prisión. Atropellé a un hombre en el barrio, yendo a contramano y sin carné, y le amputaron la pierna? Tengo 20 años. Llevo encerrado desde los 13 y me quedan 5 años, señorita.

Cada vez que Manuel habla de las veces que ha ingresado en prisión menciona la palabra recaída. "He tenido cuatro recaídas, dos de menor y dos de mayor", confiesa, como si la delincuencia fuera una enfermedad crónica de la que uno no puede curarse. La condena que cumple le viene de un robo y una pelea en San Pablo, contra unos chicos que querían "echarle del barrio". "A mí no me echa nadie", dice.

-Ese chuleo... Creéis que os coméis el barrio y luego es el mundo el que os come a vosotros.

-Esas cosas las hacen las pastillas que me metía, las mismas que me dan aquí para la depresión y la alteración psíquica: Tranquimalcín, Valium... Necesito antidepresivos. Mi padre pegaba a mi madre y era alcohólico. Murió hace cuatro meses, que en paz descanse. Dos policías me llevaron al entierro y estuve media hora. Quien me llevó por mal camino fue otro novio de mi madre. Me enviaba a comprar hachís y me daba de beber whisky con 10 años.

-¿Y qué hicimos los maestros?

-¿Qué podíais hacer? Llegó un momento en el que os volví locos. Me metieron en el despacho del director y me llevé el dinero de la excursión de los niños y del comedor.

-Me viniste a contar que lo habías escondido.

-Sí. Escarbé un agujero en el parque Amate y lo enterré allí para irlo sacando poco a poco. Mi madre me registraba al entrar en casa y me quitaba el dinero.

-¿Para qué lo querías?

-Para chucherías, cosas de niños. Para no pedirle el bocadillo a los compis, porque mi madre no tenía. Ésa no era la forma correcta de ser, pero me crié de la forma en la que no me tenía que criar.

Manuel se queda pensando. Nunca llegó a hacer aquella excursión. Cuando sus compañeros de clase hicieron el viaje de fin de curso, a él le sacaron del colegio y lo metieron en su primer reformatorio. Puede que, sin saberlo, enterrase su infancia en aquel agujero del parque Amate.

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