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El primer Papa no europeo hereda el gran reto de reformar la Iglesia

Los cardenales escogen Pontífice al argentino Jorge Bergoglio, que gobernará como Francisco I. El jesuita pertenece al bloque conservador pero partidario de cambiar el gobierno de la institución

el 13 mar 2013 / 18:10 h.

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La elección como Papa del argentino Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, arzobispo de Buenos Aires, que gobernará como Francisco I, inspirado en san Francisco de Asís y por ende con un mensaje implícito de rechazo de la riqueza en la Iglesia, acaba con la tradición de papas europeos, rompe el tabú de elegir a un jesuita y asegura la continuidad de las reformas comenzadas por Benedicto XVI. "Mis hermanos cardenales han ido a buscar el Papa al final del mundo", fueron las primeras palabras que dijo. "Empecemos ahora este camino, obispo y pueblo juntos", añadió. El nombramiento supone también un gesto hacia América Latina, que con unos 480 millones de fieles es el vivero de la Iglesia.

En el cónclave del 2005 había sido el candidato del ala entonces llamada progresista, promocionado por el difunto Carlo María Martini. Por su biografía, además de proseguir en la limpieza comenzada en el Vaticano, marcará su pontificado subrayando los aspectos sociales. La renuncia de Benedicto XVI y la herencia que deja determinarán su pontificado, como si Joseph Ratzinger le hubiese escrito el programa de gobierno. Más allá de los abusos sexuales por parte de clérigos, el catolicismo tiene problemas previos mayores. Si la pederastia clerical no fue atajada en su comienzo, han dicho muchos cardenales electores, fue porque algo no funcionó entre la periferia católica y el Gobierno central. Por lo que debe ser reformado. Será la primera tarea del nuevo Papa. "Un hombre solo no puede administrar una Iglesia de 1.200 millones de seguidores", se dijo en el precónclave. Una de las soluciones que se maneja desde hace años es que los sínodos (institución que periódicamente reúne en Roma a los obispos del mundo en torno a un tema) sean deliberativos y no solo consultivos. La decisión concretaría la llamada colegialidad, definida por el Concilio Vaticano II (1963-1965) y nunca aplicada. Benedicto XVI se atribuyó la selección de los obispos de todo el mundo para formar una clase directiva de más calidad. Paralelamente, en sus casi ocho años de papado obligó a dimitir a un promedio de dos obispos por mes, por corruptos, encubridores y, sobre todo, incapaces.

MENOS APARATO La incorporación estructural de los obispos en el Gobierno central comportaría automáticamente el aligeramiento del aparato curial, que cuenta con más de 3.000 empleados. El informe secreto ordenado por Ratzinger a tres ancianos cardenales sobre el estado de la curia, que el nuevo Papa recibirá, probablemente presionará en esta dirección, así como en el replanteamiento de la necesidad del banco del Papa (IOR), fuente de conflictos y escándalos. "Habrá que prescindir del IOR", afirma Alberto Melloni, historiador del catolicismo, quien considera que sería "una liberación".

Una reforma "radical" de la curia, como han pedido los cardenales norteamericanos, facilitaría una transformación más horizontal de la Iglesia, lo que conllevaría un mayor protagonismo de las iglesias locales y de los obispos diocesanos.

IMPENSABLE La renuncia de Benedicto XVI ha evidenciado, según han escrito varios teólogos católicos, como Vito Mancuso, un cambio impensable, ya que el Papa ha dejado de "ser" Papa para pasar a "ejercer" como tal. No sería ya un estado permanente, sino funcional. De manera que si el nuevo Pontífice prosigue por este camino, allanará la reunificación de los católicos con los ortodoxos. Estos discuten al obispo de Roma por ser un "primero entre segundos", en referencia a la autonomía de las iglesias ortodoxas, que cuentan cada una con su patriarca independiente. Probablemente, unos cambios de tal calibre comportarían en consecuencia la pérdida definitiva de los seguidores de Marcel Lefebvre.

Unas reformas de este calado conllevarían, en cascada, otros cambios del catolicismo. Como una revisión de la moral predicada e impuesta a partir de un discutido origen en lo que la Iglesia llama la ley natural. En nombre de ella, Roma propone un modelo sobre la sexualidad que el Concilio Vaticano II parecía haber superado cuando supeditó a la "libertad" y la "responsabilidad" de la conciencia personal la conducta de los individuos. Con un papado y una Iglesia distinta, que Ratzinger parecía estar esbozando, facilitaría las relaciones con los católicos africanos y asiáticos, en especial de China.

Herencia tremenda para Francisco I que, de seguir a Carlo María Martini, debería convocar otro concilio para afrontarla. El Vaticano III.


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