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El regalo de David

Esta es la historia más bella y mágica que podrá leer hoy en la prensa. Habla de familias, de guerra, de desconocidos, de generosidad, de Vietnam y de Sevilla.

el 27 mar 2011 / 19:42 h.

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Escribió Sir Francis Bacon que la maravilla de un solo copo de nieve supera la sabiduría de un millón de meteorologistas, como es probable que el milagro de un pequeño pero improbable acto humano, apenas trascendente, supere los hallazgos de un millón de filósofos. Ésta es la extraordinaria historia del regalo de un desconocido; un suceso para algunos milagroso, protagonizado por un sevillano y que, sorprendentemente, sólo ha contado hasta ahora un periódico: The Journal, de Dakota del Norte, en un artículo de Cecile Wehrman.

Uno de los escenarios de esta narración se encuentra precisamente allí, en la pequeña y apacible localidad de Crosby, cuyas 300 familias, complacidas en la calidez de sus veranos, en el blasón de que allí naciera un congresista por Minnesota y en calcular con qué fuerza habría que lanzar una piedra hacia el norte para atinarle en la testuz a un reno canadiense, recibieron el suceso con el alborozo propio de un acontecimiento. Pero el relato no comienza ahí ni ahora, sino a 12.177 kilómetros de ese centro geográfico de Norteamérica, en la despampanante ciudad vietnamita de Hoi-An. En ella, una mañana de otoño de 1998 y en el fragoroso corazón de una avalancha de turistas que colmaba la ciudad vieja, una trianera llamada Encarnación intentaba hacer entrar en razón al testarudo dueño del bazar donde se encontraba.

Se trataba de un viejo militar retirado que presumía de su vitrina repleta de chapas de soldados americanos caídos en Vietnam (las llamadas dog tags, por su parecido con las de los perros). "Mi madre sabía que a mí no me hacen gracia los típicos souvenirs de turistas y quería comprarle una de esas chapas para regalármela a su regreso, pero aquel hombre se negaba: decía que eran trofeos de guerra y que no estaban en venta", cuenta David, con lo cual llega por fin el momento de las presentaciones: David Benítez, vecino de la calle Feria, profesor de inglés en la academia más antigua del mundo (Berlitz), bostoniano de nacimiento (por exigencias profesionales de la familia, que lo llevaron también a vivir un tiempo en Inglaterra) y, sobre todo, protagonista de esta historia.

Un mérito que comparte con su tocayo David Elsbernd, pues tal era el nombre que aparecía en la chapa que su madre, por fin, logró comprarle al exmilitar por un dólar americano. "Eligió ésa porque tenía mi nombre de pila", contaba ayer este paisano. "Me la dio envuelta en un papelito. Lo primero que pensé, te lo juro, no fue qué bonita era ni qué bien me venía para mi colección", porque David atesora una o dos cosillas del mundo militar, que le gusta mucho, "sino fijarme el propósito de buscar y encontrar a la familia de ese soldado para poder enviarle la chapa".

David Benítez tenía entonces 29 años, un ordenador parecido a una radio de galena (como todos los de entonces) y los mismos conocimientos de internet que un perchero, lo cual no importaba mucho porque por entonces la red era un pueblo con tres calles. Pero aun así, a fuerza de tesón y de aprender sobre la marcha, el sevillano fue reuniendo datos y pistas. Conoció que hubo un David D. Elsbernd que murió en el sur de Vietnam el 9 de septiembre de 1969. "Y me dije: qué casualidad: yo nací el 28 de septiembre de ese mismo año, 19 días después, y también en América." En la chapa, además del nombre y otros datos protocolarios como el número de la Seguridad Social, aparecen grabadas dos abreviaturas, 0 Pos y Cath. La primera es el grupo sanguíneo; la segunda, la religión, "y resultó que eran los mismos que los míos: cero positivo y católico".
Las similitudes entre los dos, David Benítez y David Elsbernd, fueron sucediéndose llamativamente mientras el primero perseveraba en su empeño. Para ello fueron providenciales su conocimiento del inglés y su afición por lo militar, ya que en un fascículo de una colección que tenía sobre Vietnam, precisamente, halló las señas  de la National League of POW/MIA Families (los POW son prisoners of war, prisioneros de guerra; y los MIA son missing in action, desaparecidos en combate). Y les escribió diciéndoles que tenía la chapa y que quería devolvérsela a sus dueños.

Pasó un año hasta que recibió una respuesta a aquella carta lanzada al buzón con pocas esperanzas más de las que gasta un náufrago que lanza una botella. Venía firmada por Van Elsbernd, uno de los hermanos del soldado muerto en Vietnam, y reflejaba una mezcla de rabia, alegría, desconfianza y amargura.  El escrito del sevillano había llegado hasta la Secretaría de Defensa de los EEUU, y desde este ministerio se la habían hecho llegar a la familia, que cuarenta años después de haber enterrado los restos de su hijo repatriado, el primer vecino de Crosby muerto en Vietnam, apenas podían considerar aquel ofrecimiento de un desconocido de Sevilla como una especie de broma o, incluso, como un intento de estafa.

Contra todas esas reticencias del portavoz de los Elsbernd de Crosby, Dakota del Norte, David Benítez dijo que no, que no quería nada a cambio, y no sólo lo dijo sino que envolvió la chapa en una banderita americana y la envió a la dirección que aparecía en el sobre, con el ruego encarecido de que colocaran esa enseña en la tumba del soldado. "Y así lo hicieron." Van y David continuaron escribiéndose, y fue de ese modo que el sevillano conoció que su tocayo había tenido dos hermanos (Van y Steve) y una hermana (Pam). Que Steve volvió herido de Vietnam. Que la muerte de David libró a Van de ir a la guerra justo cuando su partida era inminente. Y supo también, porque su interlocutor se lo hizo llegar dedicado personalmente por su autor, que había un libro donde se narraba la muerte del soldado Elsbernd. Se titula The Light Within y lo escribió su amigo Paul Hughes, compañero de pelotón.

Fue éste quien lo vio morir. Cuenta que hacia el atardecer del 9 de septiembre de 1969, David estaba haciendo un perímetro de seguridad y Paul lo llamó para que acudiese junto a él. De camino, le cayó un mortero encima y su cuerpo salió volando en pedazos. Paul quedó tuerto y mutilado, pero sobrevivió a la explosión y regresó a América lo suficientemente trastornado como para meterse a motero de pésimos hábitos con los Ángeles del Infierno y, de resultas de ello, predicador religioso en Tennessee y activista contra las drogas y el alcohol. Siempre tuvo sobre su conciencia la muerte de su camarada; incluso refiere ciertos episodios casi sobrenaturales relacionados con aquello. Pero ésa sería ya otra historia. Lo importante es la dedicatoria que Paul Hughes escribió para el desconocido y generoso David sevillano: No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque si perseveramos, a su tiempo recogeremos el fruto (Gálatas, 6:9).

"¿Qué pienso? Uf. Mi madre opina que Dios está detrás de todo esto. Creo que puedo decir sin miedo a equivocarme que el haber conocido a mi mujer, tener a mi hijo y la familia que tengo, es, junto con esta historia del soldado, lo más bonito que me ha ocurrido en mi vida. Como católico que soy yo no podría decir que creo en la reencarnación, pero sí lo interpreto como que Dios ha hecho que todo esto pase por alguna razón. Tal vez, sólo para darle una alegría a una familia sufriente. La madre, que murió hace dos años, decía que sentía como si yo estuviese relacionado con ellos. En el mundo en que vivimos nada se hace sin obtener algo a cambio. Yo soy desprendido, y en eso, por lo que me dicen, también me parezco al soldado David Elsbernd. Como él, quise ser y acabé siendo profesor. El carácter sociable y alegre de ambos también es similar... Nací en América, como he dicho. Eso sí, mi abuelo me hizo hermano de La Estrella a los pocos meses y fue eso, sólo eso, lo que nos hizo volver cada primavera a Sevilla, lo que nos permitió conservar las raíces que, de otro modo, se habrían perdido hasta convertirse en el recuerdo de unos parientes olvidados." Aquella decisión de su abuelo parecía apenas un copo de nieve en la historia de David Benítez, pero los copos de nieve hace tiempo que lo cambian todo.

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