Un momento de la fiesta de Los Judas que se ha recuperado.
Los Judas cayeron en descrédito en casi toda la provincia no tanto por su condición de traidores a Cristo como por la semilla del diablo que parecían inocular el domingo de Resurrección en los aletargados pueblos del tardofranquismo. En Los Palacios llegó a prohibirse por las autoridades después de algunos episodios bárbaros en los que «una horda de salvajes frenéticos» se acostumbraron a acosar a los forasteros que circulaban por la travesía Sevilla-Cádiz, incluso arrancándolos «violentamente de sus coches», según cuenta Antonio Rincón en uno de los capítulos de su libro recién publicado, Vientos de ayer. El libro de Rincón -del que ayer se oraganizó una lectura pública en El Casino- rezuma nostalgia al lamentar que una fiesta con encanto tuviese que desaparecer por culpa de unos pocos. Y sin embargo, la fiesta de los Judas, en plural, esa liberación de adrenalina que recorría los barrios del pueblo el último día de la Semana Santa ha
Después de varias décadas en el ostracismo, la fiesta de los espantapájaros rellenos de paja a los que se termina matando a palos, colgados en medio de la calle, aprovechó «el único rato que no llovió el pasado domingo» para hacer disfrutar a mayores y pequeños que «surgieron de todo el barrio cuando vieron los muñecos», según cuenta satisfecha una de las vecinas organizadoras, María Dolores Heredia. «Vinieron niños de todas las calles de por aquí», cuenta esta costurera que, impulsada por las vecinas con las que convive intensamente de fiesta en fiesta «sin perdernos ni una», terminó sacando, el Sábado Santo, un traje viejo del marido y un vestido hecho con retales. Vistieron a dos muñecotes y le colocaron un cartel: «No hemos sido ni mi marido ni yo». «Acabamos de hacerlo a las dos de la mañana», ríe María Dolores. Al amanecer, se despertó toda la calle. Y teniendo en cuenta que fue el único día lluvioso de la pasada Semana Santa, «aprovechamos bien el rato de jolgorio en que salió el sol», cuenta su vecina Loli la del Lobo.
A los más pequeños, la numerosa y última generación de nietos que ha inundado el barrio, les recordó el invento a las piñatas de los cumpleaños. «Mi hija se asustó cuando vio al matrimonio aquí sentado por la noche», recuerdan ahora divertidos en casa de María Dolores. Y ratifican las ganas de fiesta de la dinámica calle Larra, donde muchas vecinas se afanan ya cada tarde con los preparativos de las Cruces de Mayo. «Y al poco de que acaben las cruces celebraremos la fiesta de San Juan», anuncia otra vecina. «Preparamos una candela en un caldero y le echamos de todo para que chisporrotee y saltar sobre ella».
El verano será largo, pero se hace muy corto ideando maneras de convivir. «Ya hay gente por otros barrios cercanos que se está animando a recuperar los Judas para el año que viene», dice María Dolores, que insiste en que la diversión no está reñida con la responsabilidad. «Está prohibido meterles fuego o que desprendan sustancias nocivas; nosotros lo único que le metimos a las manos fue harina». De esta manera, la Resurrección se diversifica en Los Palacios y consolida la primavera.