El Casino de la Exposición acogió anoche la gala de inauguración del quinto Festival de Cine Europeo de Sevilla, llamado a convertirse en uno de los referentes culturales para proyectar al exterior la imagen de la ciudad. Tras cuatro años en los que el certamen ha ido buscando su propia identidad en el sobresaturado panorama de festivales internacionales de cine, esta quinta edición supone un modelo de transición entre las maneras de su anterior director, Manuel Grosso -que dimitió de su cargo alegando falta de presupuesto- y las del nuevo director, Javier Martín Domínguez, que apenas ha tenido cuatro meses para planificar y programar un festival que, pese a las urgencias, se ha revelado como una edición de impacto con la presencia del director y el escritor de Gomorra, la película con la que Italia competirá en los Oscar y que ha supuesto una auténtica revolución en el panorama cinematográfico al evidenciar el resurgimiento del cine italiano. El hecho de que Matteo Garrone haya querido estrenar su película en Sevilla y que el escritor perseguido por la mafia, Roberto Saviano, haya acudido con escolta policial, le otorgan al festival una importante plataforma que, por sí misma, tapa las urgencias de planificación y salva con honores el certamen. Más allá de este acierto, de la presencia de Paz Vega, de alguna película de interés y de los apoyos mediáticos al festival por la influencia del director, que ha sido periodista y ejecutivo de TVE, lo cierto es que Martín Domínguez tiene por delante el importante reto de consolidar un producto. Si en cuatro meses ha logrado esta digna edición, acompañada incluso de golpes de promoción mediática, es posible que se pueda encontrar la senda aperturista del éxito, siempre de la mano de la Academia Europea del cine y con guiños a la industria y los profesionales para que les resulte atractivo venir. Sevilla debe aspirar a un festival de estrenos mundiales. Otra cosa no será viable.
