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El revuelo de un secreto sepultado

El inicio de los trabajos en Alfacar causa expectación entre vecinos, curiosos y periodistas. 

el 28 oct 2009 / 21:43 h.

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Instalaciones de Herba en San Juan de Aznalfarache.
"Empresa líder en jaimas", reza el rótulo amarillo. De la furgoneta, tras la verja verde, salen operarios listos para la tarea. Esta vez no van a colocar ninguna lona de recreo, sino la cubierta que impedirá que el secreto sea público. Porque la fosa más misteriosa de España está a punto de desvelar lo que guarda. El martilleo de última hora -falta la mitad del trabajo y los arqueólogos llegan a la tarde- se mezcla con los primeros flashes de las cámaras. Desde primera hora, decenas de periodistas -algunos internacionales, como The Times o Associated Press- se agolpan ante el Parque Federico García Lorca, esa antigua loma que no servía más que para cultivar lentejas y en la que ahora crecen pinos, romero y tomillo. "Es que los muertos dan muy buen abono", resume Miguel, vecino de Alfacar y curioso paseante junto al revuelo mediático. Dice que, por su padre, tiene noticia de que esa zona, camino de Víznar, sirvió de tumba para "miles" de granadinos. Junto al olivo donde ahora se levanta la carpa, dice, "el agua se filtraba en un segundo, porque debajo hay hueco, no hay tierra compacta. Eso lo sabe todo el pueblo".

Si está allí el fusilado más conocido de la Guerra Civil, el padre de Bernarda Alba, es algo que nadie confirma y todos murmuran. "Eso dicen, que está aquí, pero también puede estar en El Caracolar", apunta Juan, 77 años, pastorcillo infantil que encontró cuerpos enterrados en la zona. Él es el único que se atreve a levantar la voz y recordar una de las leyendas que corren por la vega: que los Montesinos se llevaron el cuerpo de Lorca y que no se va a encontrar junto a sus compañeros. "Y qué más da, Federico está en su poesía. Lo importante es que las otras familias que quieren llorar a los suyos en una lápida puedan hacerlo", tercia Mercedes, una forense que vive frente al parque y que se acerca para recitar versos. Marian, francesa que representa a una asociación de brigadistas internacionales, consigue con ruegos cruzar la valla. Con los ojos anegados en lágrimas, reconoce la Baladilla de los tres ríos de Granada que ilustra el azulejo de la entrada. "No entiendo a los Lorca. Desearía que su cuerpo se rescate y honrarlo. Desearía que a los españoles no les doliera tanto recuperar su memoria".
En la entrada presiona Manuel, un vendedor ambulante que pelea por entrar con su móvil para "hacerle fotos al muerto" y que, al no lograrlo, se ofrece a vender pimientos y patatas a la prensa. "Hay que hacer negocio", se justifica. Eso es lo que piensa Maruja que hacen los periodistas, "aprovecharse de la muerte". Por eso pasea a su perro Chispas y mira de reojo. "No pueden dejar que descansen en paz. Son ustedes pura rapiña", censura, con las grúas de la nueva expansión urbanística de Alfacar, todo lujo de sierra, a su espalda.

Más allá de la periferia, allí, tras una humilde cinta de plástico roja y blanca, están marcadas las cuatro zonas que van a ser excavadas, esperando a contar lo que ocultan. Pequeñas, apenas un puñado de tierra. Bajo esas marcas está el testimonio del horror, pero la estampa parece plácida: calor, romero, brisa. Parece mentira que, 73 años atrás, ese rincón se convirtiera en matadero. Hace falta pararse a reflexionar para tomar conciencia de que el suelo que se pisa es un camposanto, de tan trivial que se vuelve el debate a la puerta. Lorca sí, Lorca no. La familia. Los derechos. Allí dentro hay muertos, a los que sus familias esperan. Están tras la lona blanca y el oscuro limo. Y en breve volverán a la superficie.

Aunque, machaconamente, la Junta insiste en que no se busca a Lorca, el poeta se lleva todo el protagonismo de la jornada. Hasta los operarios saben que rozan el aura de un genio. Pero les deslumbra su brillo. Por eso, sin rubor, hacen una porra sobre en cuál se las cuatro fosas aparecerá su cuerpo. En tres meses puede haber ganador.

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