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El Rey no puede disimular su amargura

el 27 dic 2011 / 22:28 h.

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En las dos recientes ocasiones en que hemos visto a S.M. el Rey por televisión, el mensaje de Navidad y la apertura de la X Legislatura, nos ha llamado poderosamente la atención el rictus de tristeza que asoma a su rostro y que seguramente no puede evitar como secuela de los acontecimientos que está viviendo en el seno de su casa. Ese gesto de amargura, acaso de decepción, no es desde luego distinto al de cualquier padre de familia en semejante tesitura al descubrir que el marido de su hija abusa de su confianza y se dedica a negocios turbios y probablemente ilícitos.

Se podría decir que en el caso de Juan Carlos I la procesión va por fuera. Su expresión y su mirada es todo un poema de las horas que está viviendo y que de ninguna manera se merece quien durante 36 años viene sirviendo a España con ejemplar dedicación y patriotismo. Y también con transparencia como quedará hoy mismo certificado cuando la Casa del Rey haga públicas las cuentas de la asignación anual que para su organización y mantenimiento recibe de los Presupuestos Generales del Estado. Una asignación, por cierto, entre las más bajas de los jefes de Estado de Europa incluidas las casas reinantes.

Quien estuviese ayer siguiendo por radio la solemne sesión de apertura de las Cortes, podría haber pensado al principio que se trataba de una ovación de gala a Plácido Domingo, por ejemplo. Tal fue la intensidad y duración de los aplausos con que sus señorías dieron la bienvenida a los Reyes y a los Príncipes de Asturias cuando aparecieron en el hemiciclo. Era el tributo de los representantes de la soberanía popular hacia quienes representan la más alta institución del Estado. Y también el homenaje caluroso y sincero de los diputados y senadores a los padres de una familia sacudida por el escándalo con la consiguiente repercusión en los medios de comunicación de todo el mundo.

¿Se puede acaso actuar mejor que como lo está haciendo el Rey? Sinceramente, lo dudo. Sus referencias nada veladas al caso Urdangarín, expresadas con firmeza y sin ambigüedad en el mensaje de Nochebuena dicen mucho de a altura moral de don Juan Carlos y del compromiso de la Corona con la justicia igual para todos. Una obviedad que en este caso es todo un pronunciamiento sobre la decisión real de dejar actuar a los tribunales sin interferencias ni privilegios para los presuntos imputados. Es la lección que nos acaba de dar quien fue llamado hace 36 años a ser el primer garante de la Constitución y fiel guardián de la ética y la moral públicas.

Seguramente no se han vivido unas Navidades tan amargas en el palacio de la Zarzuela, de no ser las del año en que falleció la madre de don Juan Carlos. Aunque en esta ocasión el duelo que se sufre en la residencia real es de otro orden, posiblemente muy distinto pero más hiriente que cuando muere una anciana. Es el dolor de haberse visto traicionado por uno de los tuyos, tan cercano en los afectos y tan lejano en su forma de proceder. El Rey lleva ese dolor grabado en su rostro.

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