La hermana Mari Ángeles, superiora de la casa desde hace casi dos décadas, conoce de primera mano el valor que para las religiosas del Sagrada Corazón de Jesús tienen estos colaboradores. "La gente es muy generosa y hemos notado que ahora que la crisis ha disminuido la ayuda económica, es la humana la que no nos falla", confesaba. A diario ve pasar por la residencia a personas de toda índole. Jubilados, matrimonios, profesionales de muy distintos ámbitos, aunque es el fin de semana cuando más crece la colaboración con los voluntarios jóvenes que llegan de los grupos de catequesis de los Sagrados Corazones. Todos acaban formando con los internos una gran familia, de la que reconoce que resulta difícil escapar. "Aquí el que viene se acaba enganchando", contaba.
No es para menos. En Regina Mundi el voluntario se enfrenta con una realidad en la que se equilibra la satisfacción por darse al otro con la sonrisa o el gesto de cariño que reciben como recompensa, aunque no la buscan. Eso ha hecho que haya voluntarios que lleven toda una vida colaborando con las hermanas. Entre ellos una señora, como recuerda la hermana Mari Ángeles, "que acude cada semana desde hace 50 años y que ha llegado a involucrar a toda su familia". Y así una interminable lista de hombres y mujeres anónimos que pasan, vuelven, se van, pero no olvidan cómo les marcaron sus años de servicio.
El nexo de unión de todo es la hermana Mari Ángeles. Ella se sonroja cuando los voluntarios se lo agradecen. Siempre responde con una sonrisa que a veces oculta las preocupaciones, pero sabe que sigue ahí "porque todo es obra de Dios". Entre sus labores está la de ser madre -Rocío no para de llamarla así-, amiga, profesora, voluntaria, chófer y hasta relaciones públicas con la prensa. Atesora esas y otras virtudes, pero no la de pedir a los demás. Por eso, Regina Mundi sobrevive gracias a la generosidad de cada persona y cada donación. La última, la que recibirán de la Asociación de Fieles Virgen de los Reyes en la colecta de la novena del día de hoy.
Cuando se apagan las luces sólo quedan los 32 enfermos ingresados, desde Miguel Ángel a Agapito, Jony... y Fernando, postrado en una cama y ciego, que lleva el centro casi los mismos 57 años que lleva abierto. Él también sabe ganarse el cariño de todos. Con su saludo, el voluntario regresa a casa. Se sabe lleno de una extraña sensación de paz nacida del sufrimiento del otro. Pero a pesar de haberse dado al que lo necesita no hay sensación de vacío. Es entonces, cuando la persona, generosa en esencia, descubre porque en Regina Mundi ser voluntario cobra sentido.