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El ‘sí’ de la Unesco desata la euforia en el mundo flamenco

La amplia nónima de artistas estalla de júbilo al recibir la noticia histórica llegada de Nairobi.

el 16 nov 2010 / 14:52 h.

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La bailaora Manuela Carrasco celebra este mediodía la protección del flamenco en la sede de la Agencia Andaluza del Flamenco. Foto: Paco Cazalla.
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El flamenco escribió ayer una página histórica, de ésas que dejan huella, que marcan un punto de inflexión, que han costado mucho sudor, esfuerzo e ímpetu. No por menos, a eso de las cuatro menos cuarto de la tarde, la euforia se desataba en el orbe jondo nada más saberse que el flamenco, arte universal, viajero y viajado como pocos, recibía al fin el ansiado marchamo oficial de la Unesco que lo distingue como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

No le hacía falta, pero así es mucho mejor, una tarjeta de presentación que vale su peso en oro y con la que taparle la boca a aquéllos que siguen cerrándole los teatros al duende porque "eso es más folclore que otra cosa". Y la mejor de las coyunturas para que explote más todavía, por ejemplo entrando en las escuelas, conservatorios y universidades sin complejos.

A 6.170 kilómetros de Andalucía, en Nairobi, capital de Kenia, los miembros encargados de analizar las candidaturas a entrar en la Lista del Patrimonio Inmaterial confirmaban la grandeza del arte flamenco con 24 votos que fueron uno solo, todos favorables, igual que las 30.000 firmas procedentes de 60 países y los miles, millones de apoyos que, alrededor del mundo, ha recibido la candidatura del flamenco.

Hoy, el Día Uno desde la conquista del legado universal, todo es un regusto dulce de júbilo y felicitaciones, de besos y abrazos, de baile y cante y palmas. Hace sólo 24 horas, un campanario cualquiera del dédalo de Santa Cruz marcaba la hora con diez campanadas. Con parsimonia, como iba entrando la gente en la Casa de Murillo, el antiguo hogar del genio de la pintura y hoy sede de la Agencia Andaluza del Flamenco. La casa de lo jondo.

Entre las columnas del patio se adivinaban sonrisas leves, timoratas. La duda contenía con esfuerzo el alborozo, como una piñata que sólo necesita un suave tirón para derramar el confeti y convertir todo en una fiesta. Todos sabían que aún era pronto, que las únicas campanas que debían sonar por el momento eran las de la cercana espadaña. María de los Ángeles Carrasco, la directora de la Agencia y discreta anfitriona para el día grande, recibió a los invitados con una serena sonrisa para calmar euforias. Y si alguno no siguió su ejemplo, el consejero de Cultura, Paulino Plata, vino en espíritu desde Nairobi gracias a la magia de internet para pedir calma y dar ánimos por enésima vez.

En la casa de lo jondo no podía faltar el pan del cante que había traído Esperanza Fernández, una artesana de aroma inconfundible. No fue ella, sino sus pequeños vástagos flamencos, quienes rompieron la mañana con el quejío de la tierra que ya es el de Finlandia, Francia o Nueva Jersey. La academia de Esperanza se ha convertido en el mejor exponente de lo que es hoy el flamenco: una torre de Babel que acoge sin distinciones a la gente de todas las tierras bajo una misma voz y un mismo sentimiento.

La una de la tarde llegó con una campanada solitaria que trajo la inquietud a la compañía congregada en la Casa de Murillo. ¿No era ésta la hora señalada para la buena nueva? ¿Dónde están las noticias de allende los mares y los desiertos? De pronto, alguien comentó por entre los pasillos que el tiempo apremiaba allá en Nairobi, y que las deliberaciones se iban a postergar hasta este miércoles. Los nervios que habían pugnado con la alegría durante la mañana empezaron a ganar la batalla en un trajín del patio a la sala de conferencias y de vuelta al patio. Un breve tentempié de chacinas, aceitunas, tortilla y aceitunas ayudó a consolar el ánimo acelerado.

Y sonó por fin, una vez más, la voz de Paulino Plata. "Calma, amigos. Estamos aquí, para traeros la buena nueva". El Comité aún estaba valorando la propuesta de La India, la número 18, y quedaba algo más de una hora para el turno español, el 39. Tocaba esperar, al menos hasta las 15.30. Algunos ya no sabían dónde meterse, si entre los agonizantes platos de entremeses o sentados en una sala donde nadie paraba quieto por los nervios y el trajín de las informaciones.

Pasaron los minutos, y la sala se volvió a llenar. Una voz ajena, lejana, habló en inglés. María de los Ángeles Carrasco sonreía enigmática, como un gato de Cheshire, mientras todos temían que aquellos barbarismos no fueran lo se que esperaba. "¡Pues ya está!", dijo la directora. Aún tímidas e incrédulas, las palmas retumbaron en el patio y el baile nació de un hechizo surgido de manos y gargantas. El resto de la historia de esta conquista universal es una fiesta que ya durará para siempre.

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