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Cofradías

El silencio que provoca el aplauso

El público premia con una ovación el trabajo de los costaleros de Madre de Dios de la Palma tras una difícil salida.

el 04 abr 2012 / 21:32 h.

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    Una hora antes de que se abrieran las puertas de la parroquia de San Pedro ya había público apostado en las vallas que coloca el Cecop para facilitar la salida de la corporación. Tantas ganas había de cofradías que no querían perderse la única hermandad de negro de la jornada. A lo lejos se escuchaban los tambores de la banda del Cautivo de Sanlúcar la Mayor que acompaña al misterio del Carmen Doloroso y de cerca se oían a los músicos de la banda del Maestro Tejera afinando sus instrumentos. Era la forma de entretener esta espera mientras los nazarenos de túnica negra con cola y esparto ancho amarillo iban entrando por la puerta del templo de la calle Santa Ángela de la Cruz.

    Puntualmente se abrieron las puertas de la parroquia y la luz de la tarde penetró con fuerza en la penumbra del templo, apenas iluminado por los cirios encendidos de los nazarenos que ya formaban el cortejo. Los cánticos preparatorios llegaron al exterior y en la plaza se hizo el silencio.

    Sin mediar palabras, la cruz de guía fue avanzando y el paso del crucificado de Juan Bautista Vázquez el Viejo, del siglo XVI, empezó a moverse en el interior del templo. En un abrir y cerrar de ojos, el Cristo de Burgos se plantó en el compás de la parroquia. Nadie miraba ya a los andamios que rodean el remate de la torre de este templo, en obra desde principios de la Cuaresma. El trío de música de capilla dispuso el espíritu y los niños monaguillos prepararon el cuerpo para que todas las miradas se centraran en el crucificado: hundido en el monte de claveles rojo sangre y los cuatro hachones encendidos sobre una canastilla que recuperó el color de las cartelas, entre el marrón caoba, en la restauración de algunos años.

    Cientos de fotos, de los profesionales, del público y de los músicos, grabaron esta estampa mientras subían la cruz una vez el paso ya pisaba con los cuatro zancos el asfalto de la plaza, donde había llegado casi sin que nadie pudiera percibirlo. Con apenas unas indicaciones de Antonio Santiago a sus auxiliares con la mano, que iban transmitiendo las instrucciones a los costaleros en voz baja, el Cristo de Burgos estaba ya en la calle.

    Mientras avanzaba hacia la Encarnación, el palio de Madre de Dios de la Palma, con toda la candelería encendida, avanzaba en el interior del templo. Regresaron Antonio Santiago y su segundo, Ernesto Sanguino, para llevar a la dolorosa hasta la calle. Como pocas veces, Santiago se dirigió, inspirado, a sus hombres, preparándolos para la difícil tarea que tenían que afrontar: "Tenemos aquí la representación de la Sacramental de San Pedro. El centro de la fe, donde vive el Señor. Pero el primer sagrario fue el vientre de la Virgen... ¡Tos por igual, valientes!", gritó. Y el paso se levantó. Zancos fuera. Los costaleros de la cuadrilla de relevo sujetaron el paso por los respiraderos mientras los hombres de abajo se ponían de rodillas. La plaza aguantaba la respiración. En una oración eterna, hecha de rodillas -"¡valientes, valientes!", les repetía Santiago, mientras mandaba "la derecha alante"- con muchísimo mimo y un cuidado exquisito, el palio de Madre Dios de la Palma pisó la plaza. Nadie dijo nada, ni hizo nada, hasta que los costaleros se pusieron en pie y la banda inició la Marcha Real. Ahí sí, ya daba igual que fuera una hermandad de silencio, el cuerpo pedía aplaudir y se escuchó una larga ovación.

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