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El teatro contra viento y marea

El veterano director de La Cuadra de Sevilla cumple cuatro décadas sobre los escenarios de la mejor manera: estrenando espectáculo.

el 04 nov 2012 / 16:12 h.

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Salvador Távora, por Jaime Pandelet.
Acto Primero. Se abre el telón y aparece un país amedrentado, amordazado, cansado de pasar fatigas. Dentro de él una Andalucía no menos desolada, y dentro una Sevilla también herida de posguerra, con su Cerro del Águila en un costado. Cae un foco sobre un muchacho, aprendiz de soldador eléctrico en una fábrica. Suena la banda sonora original del barrio, la soleá de El Papero, los cantes del Bizco Amate. El teatro todavía pertenece a un futuro remoto: lo más parecido ahora en la vida del joven Salvador es la redonda escena de los cosos taurinos, donde se luce como novillero [suena un arrastrado "¡oooooole!" desde el tendido] apadrinado por Rafael El Gallo. La muerte en la arena de Salvador Guardiola, a cuya cuadrilla pertenece, pone fin a su vocación y al primer acto.

Acto segundo. Se ve el mismo país azotado por una dictadura que dura demasiado, pero ahora iluminado por los focos algo más cálidos de los años 60. Después de un olvidable paso por tablaos y salas de fiestas, José Monleón le ficha para el Teatro Estudio Lebrijano. El flechazo con el teatro es casi fulminante: ahí, en el centro de las tablas, encuentra el lenguaje que buscaba, el vehículo que necesitaba para sus ideas. Entra en escena Paco Lira, el propietario de La Cuadra e infatigable dinamizador de la cultura sevillana, quien alienta y alberga los preparativos del espectáculo Quejío, el germen de un nuevo teatro andaluz, comprometido y profundamente enraizado. Los aplausos en Madrid y París ponen fin al segundo acto.

Acto tercero. Se suceden en cartel Los palos, Herramientas, Andalucía amarga, Nanas de espinas, Piel de toro, Las bacantes, Alhucema, Crónica de una muerte anunciada... Toma forma, una propuesta tras otra, la personal poética y dramaturgia del autor, su gusto por la simetría, su combinación de teatro de vanguardia y de tradiciones seculares andaluzas. Cante jondo e incienso en el aire, surtidores de agua y cruces, objetos mecánicos y marchas procesionales, toros de hierro y caballos bailarines de Jerez. Todo sucede muy lentamente, con gran esfuerzo y, en buena medida, contra viento y marea -fuertes soplidos sacuden la escena. Pero los años vuelan y el acto se acaba.

Acto cuarto. El país ha despertado de su larga pesadilla y vive un clima de euforia, no exenta de sobresaltos, que en el libreto aparece bajo el rubro Transición. Muchas de las reivindicaciones de ayer son ya conquistas, y llega la hora de los reconocimientos: la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes [aplausos], el Premio Andalucía de Teatro [aplausos], una calle de la capital hispalense es rotulada con su nombre [aplausos], Távora es nombrado Hijo Predilecto de Sevilla, recibe la Cruz de Sant Jordi, el premio Max, el FIT de Cádiz... [ovación clamorosa]. La compañía viaja por todo el mundo y se convierte en una auténtica embajadora de la cultura andaluza. Todas las calles del polígono industrial Navisa, sede social de la compañía, son rotuladas con los títulos de todas las obras de La Cuadra. Fin del acto.

Acto quinto. Comienza un nuevo milenio y La Cuadra sigue girando por todo el globo y teniendo cosas que decir. Se abre el telón y se ve la ciudad de Nueva York, la imponente silueta del skyline con todos sus rascacielos. De repente, sendos aviones impactan en las dos Torres Gemelas. El escenario queda envuelto en una bola de fuego, todo se llena de humo y de gritos de pánico y de dolor. La Cuadra está actuando precisamente en el City Center de Broadway y brinda su función gratuitamente. 1.800 espectadores aplauden el gesto y la representación de la Carmen, que se mantiene tres semanas en cartel.

Acto sexto. Estamos en el año 2007, y la carrera de La Cuadra ya pasa de los 20 montajes y de las 4.000 representaciones en 35 países. Volvemos a ver el Cerro del Águila del primer acto, pero convertido en un polígono industrial moderno y con vocación de foco cultural. Allí se funda el 14 de marzo el Teatro Salvador Távora, que con la malograda sala Fli pretenderá potenciar la oferta teatral de la periferia sevillana.

Acto séptimo.
Távora, en el centro de las tablas, sopla las velas de sus 40 años en el teatro. Y lo hace del mejor modo posible, estrenando nuevo espectáculo, Memoria de un caballo andaluz. Ahí siguen, intactos pero largamente desarrollados, los signos identitarios del teatro de este dramaturgo. Bajo los focos cegadores, mira hacia el futuro, por donde soplan vientos feroces y asoman negros nubarrones para el arte y las cosas del alma. Telón.

Acto octavo... [Continuará]

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