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El tempo andaluz

Andalucía, superada la cuaresma y la Semana Santa, entra en la recta final de su exuberante calendario festivo. Ferias y romerías jalonarán los días de aquí al otoño, hasta que los cielos negros de la tarde melancólica apaguen definitivamente las luces efímeras de la alegría.

el 15 sep 2009 / 02:47 h.

Andalucía, superada la cuaresma y la Semana Santa, entra en la recta final de su exuberante calendario festivo. Ferias y romerías jalonarán los días de aquí al otoño, hasta que los cielos negros de la tarde melancólica apaguen definitivamente las luces efímeras de la alegría. Será un reencontrarse consigo mismo que continúa bajo el rigor del tópico preventivo exterior.

Apagada la última falla en Valencia -larga semana de fiestas en el Turia-, consumidas las toneladas de pólvora que han tenido a bien consumir; afiladas las falsas espadas de los cristianos y bruñido el latón de la cimitarra moruna para le remebranza anual de las guerras de antaño a lo largo y ancho de todo el Levante; cuando Albacete se apresta a celebrar su San Marcos, Lérida prepara sus diadas y después de que en Vizcaya hayan pegado ya estruendosos chupinazos por las Fiestas de Lorateguieta mientras aguardan a su San Jorge en Santurce y a San Prudencio en Baracaldo; es decir que a la vez que media España afina las tamboras y las gaitas, engalana a sus vírgenes para irse de romería al monte o se emborracha y baila sus cánticos regionales en honor del patronazgo de cada villa, Andalucía, y en primera persona Sevilla, arranca su primavera gloriosa, tan potente y triunfadora, tan universal y arrebatadora que ya vuelve a ser malintepretada como de costumbre, por más que cueste acostumbrarse a tanta estupidez como se destila de Despeñaperros para arriba, donde abundan los desahogados tan ignorantes como aficionados a juzgar a los andaluces por cómo se divierten sin reconocer o conocer cómo trabajan. El resto de España en fiestas, queda exenta del tópico mordaz.

Ciertamente conviene contextualizar tanta tontería porque cada comunidad tiene sus sambenitos. Nadie se libra del tópico que ven los demás en ojo ajeno sin ver el topicazo en el propio, aunque con lo andaluz, por recurrente y desfasado, no deja de resultar irritante. Hoy, los indolentes son aquéllos incapaces de revisar sus opiniones. Quienes siguen pensando que Andalucía vive en una verbena permanente y que, fruto de esa reflexión envenenada, las cosas le van como le van. Que ésa es otra: ¿sabrán ellos realmente cómo van las cosas por Andalucía? No se puede luchar contra el éxito. El modelo feriante sevillano -parido por el vasco Ybarra y el catalán Bonaplata- es tan avasallador en su triunfo estético que sirve de copia a cuantas imitaciones surgen de norte a sur. No es difícil imitar un recinto ferial cuajado de casetas de lona. Quien quiera puede importar toneles de manzanilla a granel, contratar si le place a extraordinarios grupos de sevillanas e incluso arrancarse, con la torpeza que concede lo impostado, con la primera, la segunda, la tercera y rematar con la cuarta.

Pero obviamente ahí no está el misterio: el secreto está una vez más en la masa. En la masa de la sangre. No me atrevería yo a parcelar y autentificar el ser andaluz, máxime cuando creo en la versión igualmente pura y legítima de lo andaluz alejada de manifestaciones folclóricas. Esa otra forma de ser andaluz sin alharacas ni alberos. Profunda, fría, constante, callada. Aunque, a la vez, es imposible negar la versión festiva y complementaria de la otra manifestación del ser andaluz, tan auténtica como la otra e inmerecedora del tópico fustigador. Digamos que es la imagen estereotipada que ha hecho suerte en el mundo y a la que se derrota cada año más con la fuerza de los hechos.

Copiarán incluso un paseo de caballos por cualquier ferial, importarán albero de Alcalá y cantarán con eses líquidas y acento de Chamberí las sevillanas de moda, igual que las bailaba Mario Conde, enfijatado y elevando el mentón en los cruces, del brazo de la misma jet que baja ahora en AVE. Pero no alcanzarán a interiorizar el sentido andaluz de la celebración colectiva de la alegría más allá de penas y pesares. Una cultura que se mama. Una forma de vivir. Una liturgia sin manual de instrucciones que resiste al tópico y al tiempo. Es el tempo andaluz.

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