Más de veinte años han transcurrido desde que Juan José Téllez (Algeciras, 1958) publicara justamente en Sevilla su primer libro de relatos, Amor negro, que vino seguido de Territorio Estrecho. Perseveró en esta disciplina con El loro pálido y Main street, y ahora reincide con Profundo Sur (EDA Ediciones), donde se hace patente una evolución que él mismo reconoce: Creo que he logrado domar mi barroco. Sigo sin cumplir los cánones al uso sobre el relato: esto es, se encuentran llenos de personajes, la acción a menudo es compleja y el paisaje tan reconocible como el de mi propia vida. Las historias de hoy creo que están mejor contadas que las primeras. No siempre el paso del tiempo nos hace más idiotas, así que a menudo intentamos corregir los errores, aunque a veces sean peores los aciertos. A pesar de ser un viajero infatigable, que ha recorrido varias veces el globo de Occidente a Oriente, el territorio narrativo de Téllez es casi familiar para sus lectores, y su horizonte, como insinúa el título, nunca se despega demasiado de sus raíces andaluzas. Los viajes me han enseñado que resulta muy difícil comprender la idiosincrasia de un lugar cuando simplemente lo visitas como un turista fugaz, dice este periodista, escritor y veterano agitador cultural. Yo creo en la geografía humana y en mis narraciones intento ser coherente con esa minúscula fe que todavía conservo en algo. Claro que eso no garantiza que uno pueda reflejar bien el imaginario colectivo de los lugares que mejor conoce, agrega. También el título entraña un guiño a uno de sus más cercanos maestros, el gaditano Fernando Quiñones, si bien no es la única sombra tutelar que asoma, desde William Faulkner a Mark Twain, pero también Roal Dahl y, entre los más cercanos, Ángel Vázquez, Ramón Solís, Luis Berenguer, Antonio Hernández..., enumera. ¿Cómo no mirar hacia Quiñones cuando se escriben narraciones breves en español? También me influyen vital y literariamente los autores de relatos de mi generación, que suelen ser más sabios y mejores que yo, dice. Una de las características de estas historias, que van de la boda gibraltareña de JohnLennon a escenas de caza, hípicas o taurinas, es la fuerza del vocabulario andaluz, que Téllez domina y maneja sin complejos. El vocabulario andaluz ha alimentado tanto al diccionario como los escritores andaluces a la historia de la literatura, dice. El centralismo castellano, prosigue el autor, constituyó un arma política durante muchos años y el idioma y sus cánones se convirtieron en los antidisturbios de la diversidad. Nos las dieron todas, incluso en el léxico. Y ahora puede volver a ocurrir si dinamitamos la pluralidad de identidades territoriales en este Estado, agrega. Amante de darle la vuelta a los lugares comunes, Téllez cree que los tópicos existen en todas partes y su media verdad puede constituir un formidable recurso artístico, no sólo literario. Sólo depende de cómo se utilice. Claro que la media mentira del tópico nos hace un daño fieramente humano cuando caricaturiza o tergiversa nuestro mundo. Dicen que los andaluces somos vagos, como resulta notorio. A mí me interesa el tópico como nota de color, simplemente, pero no creo que nadie pueda pensar que soy un autor costumbrista, concluye.