"¿Transgénicos? ¿Y eso qué es?". La mayoría de la gente está poco familiarizada con este concepto, aunque cuando lo escuchan, les suena más a negativo que a positivo. Ayer, entre los clientes que acudieron al popular mercado de la calle Feria a comprar frutas y hortalizas, los también denominados organismos genéticamente modificados (OGM) eran unos desconocidos incluso entre algunos de los vendedores, a pesar de que el pasado martes se abrió de nuevo el debate después de que la UE autorizara en su territorio el cultivo de la patata transgénica de BASF, denominada Amflora. Eso sí, cuando se pone en la balanza lo natural con lo que surge de un laboratorio, por mucha I+D+I que suponga, la opinión se decanta claramente por lo de toda la vida.
"Soy agricultor y siembro las patatas con estiércol, agua y sol. Nada de cosas raras, y así saben luego estupendamente", señalaba ayer uno de los regentes de un puesto de hortalizas de la plaza, Salvador Venegas, que relacionó esta cuestión con la aceleración que se quiere conseguir en el proceso productivo, como sucede también con los animales, "que se engordan y se crían para poderlos vender rápido y no se cuida su alimentación".
También en contra se mostró la joven italiana Luciana D'Angelo mientras hacía la compra, ya que aseguró que "todavía no se sabe cómo va a reaccionar el cuerpo ante el consumo de alimentos modificados de forma genética, así que prefiero los productos naturales que da la tierra".
En cualquier caso, la variedad transgénica de patata que se podrá cultivar en la UE se destinará a la elaboración de almidón para la industria papelera. De hecho, su comercialización se llevará a cabo sujeta a un contrato con este tipo de industrias, aunque sus subproductos se usarán para la fabricación de piensos, vía por la cual puede entrar en la cadena alimentaria.
Hay otros, como Javier, que dirige una tienda de carne en el mercado, que está de acuerdo con que este tipo de alimentos se generalice. "Tiene que haber oferta variada, sobre todo teniendo en cuenta los precios que tienen actualmente las carnes ecológicas, que son prohibitivos", precisó.
Lo ecológico es lo preferido por la mayoría, pero es, como dice Javier, lo más caro. Maribel Ortega da buena cuenta de ello. Es vegetariana y, como asidua compradora de frutas y hortalizas, aseguraba que la diferencia se nota mucho, y que la inclusión de transgénicos en la oferta no le parece nada bien. "Que se tome una medida de este tipo me parece fatal porque afecta directamente a nuestra salud de manera negativa. Incluso intento no darle pienso a mi perro porque no me fío nada de eso", indicó. De cualquier modo, reconoció que comer ecológico es complicado por los precios. "Ese tipo de cultivos es el que debería fomentarse y no los transgénicos", añadió.
En el puesto de Antonio, todos estaban en contra de los alimentos genéticamente modificados. "Lo natural es siempre lo mejor", indicó el tendero, mientras que una clienta le apuntaba: "El laboratorio para el campo no es bueno. Ya es difícil saber lo que realmente comemos y si es bueno o no, como para que nos metan los transgénicos, que aún no sabemos cómo van a afectar a nuestra salud si los consumimos".
En este sentido, parece que el discurso de los ecologistas ha calado más en la sociedad que el de las multinacionales.