Si hubieran sido acertadas las reflexiones de los agoreros sobre postes de catenarias, brevedad del recorrido, formas de los vagones, etc., el tranvía debería circular vacío y desde la Puerta de Jerez hasta la Plaza Nueva habría un desierto; como no lo eran, los trenes van a rebosar y aguantan, con conductores armados de paciencia, a miles de viandantes. El espacio me recuerda, aunque no sé por qué, al Dam de Amsterdam y, como aquél, está llamado a convertirse en un paseo emblemático. Está siendo llamado, pero aún no ha acudido porque, a mi juicio, el valor dado al espacio por la ciudadanía está centrado en la peatonalización y en el medio de transporte, y no en el patrimonio histórico-arquitectónico que contiene.
Víctor Pérez Escolano escribía hace poco sobre la reorganización el Prado en su conjunto (será otro enclave importante); en la misma línea hay que poner en valor este otro. La peatonalización y el tranvía, que han ensanchado de hecho el espacio declarado Patrimonio de la Humanidad, paradójicamente han dejado al Archivo de Indias y sus jardines en la penumbra, igual que la explanada de Fray Ceferino González, mientras que en la calle Santo Tomás unas pocas plazas de aparcamiento contaminan sin necesidad el entorno. La Avenida es, además, un muestrario de arquitectura de principios del XX. El tranvía está muy bien, pero no debería ser el centro.
Antonio Zoido es escritor e historiador