La cervecería El Tremendo, junto a la iglesia de Santa Catalina, reabrió sus puertas tras pasar 57 días cerrada. El bar ha recuperado su atmósfera y a sus protagonistas. Lo que ha cambiado son las puertas, las dueñas las han blindado contra el ruido que motivó las denuncias vecinales y la orden de cierre por incumplir la Ley Antibotellona.
"¡Tendríamos que denunciar al Ayuntamiento por daños y perjuicios. Por habernos obligado a romper nuestro peregrinaje diario!". El Tremendo reabrió y enseguida se llenó de adeptos. "¡Lo que no puede hacer el Ayuntamiento es cerrar con tanta arbitrariedad. Tienen una ley que, de oficio, a veces aplican y a veces no. Y no puede ser que las multas y las órdenes de cierre dependan sólo de las denuncias de unos pocos vecinos!". "¿Y quiénes son esos vecinos? ¿Cuánto tiempo llevan en esta calle? Porque este bar lleva aquí, en este mismo rincón, desde principios del siglo pasado".
Estas conversaciones encendidas se daban al borde de la barra de chapa, y detrás de ella, las dueñas, calladas y de brazos cruzados, sonreían y miraban, complacientes, cómo los clientes defendían su bar como quien defiende a su familia. A medida que se hacía más evidente para los contertulios de la barra que "El Tremendo nunca tenía que haber cerrado", las anillas de la espuma de la cerveza iban entrelazándose en la barra y los vasos se vaciaban y se volvían a llenar.
Hace dos meses, el Ayuntamiento se presentó un sábado de madrugada en El Tremendo con una orden de cierre. Hasta ese instante, los vecinos habían denunciado al local en varias ocasiones porque los ruidos que salían del bar no les dejaban dormir en paz. Habían denunciado a tres tabernas en el mismo cruce de la calle Almirante Apodaca con San Felipe, y El Tremendo fue la única que "no hizo alegaciones ni manifestaciones y ni siquiera solicitó un plazo de adaptación, una vez que se le notificó el procedimiento sancionador", según el Consistorio. Antes de que la Policía se presentara con el precinto, Medio Ambiente ya se había cerciorado de que las puertas del bar tenían "huecos abiertos al exterior".
Ésa fue una de las explicaciones para ordenar el cierre del bar. La otra fue que, debido a la estrechez del local por dentro, más de 40 clientes se quedaban bebiendo en la calle y el bullicio trepaba por las paredes de las viviendas, se colaba por los balcones y terminaba cabreando a los vecinos.
Nadie sabe muy bien si, en estos "57 días de penitencia", El Tremendo ha solventado los inconvenientes que le obligaron a cerrar. Las dueñas prefirieron ayer no dar detalles y el Ayuntamiento decidió no explicar si había levantado el veto. El bar volvía a estar abierto y una reluciente puerta de aluminio trataba de responder a las dudas de los clientes que preguntaban a los camareros si "ya está todo aclarado".
Medio Ambiente explicó que El Tremendo fue cerrado porque se extralimitaba en su hora de cierre -desde las 12.00 a la 1.00 de la madrugada- y por poner unos veladores "para los que no posee licencia". La puerta y el control de horarios serán claves para que la cervecería siga abierta. Pero los clientes seguirán apostándose a las puertas del bar -ayer ya lo hacían-, porque incluso el Consistorio sabe que los sevillanos no beben en la calle sólo porque el local sea estrecho. No es algo tan racional, y menos en primavera. Las terrazas no las forman las sillas -El Tremendo nunca las ha tenido- ni las mesas, sino las personas y sus vasos.