La plaza del Triunfo es quizás la única del mundo que tenga dos monumentos a la Virgen, uno el que está junto a la Lonja de Mercaderes y otro éste del escultor Lorenzo Coullaut Valera. El primero -el verdadero triunfo al estilo de los de Innsbruck, Buda, Timisoara y Granada- se levantó para conmemorar la salvación de Sevilla del terremoto de Lisboa de 1755 (que también se llevó por delante todo lo que Huelva tenía de antiguo) pero se quedó ahí, como arrinconado. Cuando se decidió construir el que ahora se remoza lo más lógico hubiera sido reordenar el espacio con el otro, como se hizo en Granada con el que ahora corona un enclave singular y que, anteriormente, estaba abajo.
Pero la lógica, sin embargo, no casa mucho con el espíritu de la ciudad y se encargó otra obra al escultor marchenero, que no destaca precisamente entre las suyas, que claramente está fuera de escala y que rompe las perspectivas de un conjunto Patrimonio de la Humanidad como la rompen todos los pastiches, aunque ICOMOS y cuantos protestan de esto, aquello y lo de más allá no hayan dicho nunca nada no se sabe si por deficiencias en su formación estética o por temor a divergencias o fracturas en el Frente Único que han formado contra cualquier innovación que se proyecte.
Porque si la biblioteca de Zaha Hadid podría ubicarse en cualquier otro lugar (¿en el solar de la mezquita de Los Bermejales?) con mucha mayor lógica el monumento a la Inmaculada Concepción podría también desmontarse y cambiarse de enclave (¿Regiones Devastadas?) sin ningún desdoro para Coullaut Valera cuyo verdadero triunfo está en el monumento a Bécquer. Incluso en el que se erigió para el IV Centenario del Descubrimiento de América en los Jardines de Murillo. Por cierto, una conmemoración que olvidaron todos los conservadores de entonces.
